Pedro Muñoz Seca fue asesinado el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama en el curso de las sacas masivas producidas en Madrid entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre del mismo año. Según dejó escrito el propio dramaturgo se le acusaba de monárquico por haber llevado a Roma el Manto de la Virgen del Pilar en nombre de Alfonso XIII. Se cuenta que ante el pelotón de fusilamiento escribió su última y genial astracanada dirigiéndose a sus asesinos con las siguientes palabras: "Podéis quitarme la hacienda, mis tierras, mi riqueza, incluso podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar y es...el miedo que tengo".
Cabría situar, como muy pronto, el inicio del franquismo el 19 de abril de 1937, fecha de promulgación del Decreto de Unificación, una de esas ocurrencias del surrealista Giménez Caballero que incomprensiblemente se llevó a cabo condenando al exilio a Fal Conde y al destierro a Manuel Hedilla. No me resisto a recordar otra de las ocurrencias del autor de "Yo, inspector de alcantarillas" aunque no venga a cuento, casar a Adolf Hitler con Pilar Primo de Rivera, hermana de El Ausente, con el objetivo de fundar una dinastía fascista en Europa.
Esta mañana me he desayunado con un articulo en El Norte de Castilla en el que se adjunta un listado de las calles de Valladolid cuyos nombres "franquistas" deberían ser cambiados a juicio del autor. Entre esas calles se encuentra la de ese Muñoz Seca que fué asesinado en noviembre del 36 mucho antes de que el franquismo existiera siquiera como palabra. El autor del articulo escribe: "Pedro Muñoz Seca. Escritor ejecutado por los republicanos". Estamos seguros de que no fue ejecutado sino asesinado y estamos casi seguros de que los asesinos no eran precisamente republicanos. El viaje al pasado de Zapatero sigue alimentando paradojas temporales de imposible solución. De los nuevos, entregados como están a las derramas y a la entrega de despachos a la progresía, no cabe esperar sentido de estado y coraje para derogar leyes que reabrieron heridas que el tiempo había cerrado.
En ese listado de calles "franquistas" se incluyen también las dedicadas al monárquico Pemán y al falangista Torrente Ballester. Pudiera ser discutible la inclusión del primero que efectivamente sí mostró una beligerante adhesión al franquismo, pero resulta ridícula, como en el caso de Muñoz Seca, la del segundo. Torrente Ballester se afilia a Falange más por pragmatismo que por ideología ( había sido militante del Partido Galleguista) y perteneció a ese grupo de escritores de Falange que, en casi todos los casos, mostraron un alejamiento temprano del poder franquista o sufrieron la censura del nacional-catolicismo como García Serrano.
A nadie extrañaría que, en nombre de la corrección política, al alcalde de Valladolid le pidan cualquier día que el Palacio de los Viveros, donde se desposaron Isabel y Fernando, pase a convertirse en un museo de la opresión centralista de España contra las naciones periféricas o que la Casa de Colón en la que falleció el descubridor de América se convierta en un memorial del genocidio indígena . El problema que tienen estos apóstoles de la revisión histórica en Valladolid es un alcalde al que le importan una higa la corrección política y cosechar simpatías entre los contrarios. Igualito que Gallardón.
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