Llevaba tiempo mi hermana Henar, que vive en Londres, insistiendo en que trajese aquí a Urdangarin pero lo cierto es que a mi el Duque de Palma no me inspiraba nada. De Marichalar y su dandismo de hidalgo castellano pasado por la Semana de la Moda de París podríamos haber sacado una novela de Easton Ellis, una serie como la de Carrie Bradshsaw con Lomanas y Natis y hasta una oda a lo Marinetti a ese patinete eléctrico que cruzaba la calle de Serrano. Iñaki, sin embargo, antes de lo de Noos no daba para más que para un microrrelato de Monterroso o un pareado de Gamoneda. Ha sido ver esta mañana a las señoras que ven Sálvame y a los maulets mallorquines a la puerta de los juzgados de Palma y empezar a sentir cierta simpatía por el balonmanista al que alguno llama talonmanista no sin gracia.
Don Juan Carlos, siempre tan dispuesto a comprender la diversidad de los pueblos de España, hizo política con el casamiento de sus vástagos aunque no lo parezca. Casó a la chica mayor con un castellano viejo de familia con pinta de comprar cada mañana el ABC. A la mediana la llevó al altar para entregarla al hijo de uno del PNV que además había jugado en ese símbolo de Catalunya que es el Barça. Para el pequeño, que es también el heredero, encontró una progre de manual que bien podría hoy estar vaciando su escritorio tras el cierre del periódico de Roures. Nosotros tendríamos de Princesa de Asturias a un pivón noruego haciendo caso a Ortega que animaba a utilizar fermento ario para elaborar al nuevo español.
Por lo que hemos leído en la prensa lo de Urdangarin es de una españolidad absoluta aunque el duque venga de un batzoki. Intentar sacar provecho de las relaciones familiares y personales está en la genética del español como la envidia o la siesta tras la comida. Lo hacemos cuando acudimos a la puerta de la discoteca a saltarnos la cola apelando a nuestra amistad con el dueño o cuando esperamos los mejores filetes en la carnicería donde trabaja nuestro cuñado. La cuestión que ahora se plantea es si lo éticamente reprobable es penalmente punible y ocurra lo que ocurra no será bueno. Si Urdangarin es declarado culpable se volverán las miradas hacia el Rey y si es declarado inocente volveremos a oír la cantinela de que la justicia no es igual para todos. No siendo yo monárquico lo primero me debería preocupar poco pero estando como están las cosas será mejor no dar nuevas coartadas a los que ocupan las calles en estas revoluciones carnavaleras. No convendría olvidar de todos modos la sentencia de Marco Anneo Lucano, "Aléjese de los palacios el que quiera ser justo. La virtud y el poder no se hermanan bien".
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