Tras los gestos de rabia, tras el manteo pertinente, tras los abrazos y las palabras, Mourinho desapareció del primer plano y le adivinamos en la penumbra del autobus masticando pacientemente la victoria y el crecimiento desbordante de su mito. Dejó que los focos recayeran sobre otros y hasta ésto le parecío mal a la prensa que olvidó conscientemente que en las victorias Mourinho siempre sigue un guión parecido. Olvidaron que tras ganar la Copa de Europa con el Inter, tras las impetuosas celebraciones nada más acabar el partido, prefirió abandonar el tumulto y buscar a su hijo en la grada, subirlo sobre sus hombros e iniciar el pausado regreso a casa por el camino de baldosas verdes. Como el guerrero que emprende viaje tras vencer en la batalla sin esperar al desfile de la victoria, los parabienes, las lisonjas y el reparto del botín. Ayer ganó el Madrid una liga contra el resto del mundo, frente a todo y frente a todos. Ganó porque fue el mejor con más diferencia de lo que dicen los puntos, porque ofreció múltiples variantes es su juego frente al inmovilismo táctico de otros, porque jugó al fútbol sin más atadura que la victoria, sin sentirse representante de nación ni ideología algunas.
Quiso el destino que el alirón definitivo fuera en Bilbao, frente a ese Athletic que sí representa a una nación, aunque la inventara un paleto llamado Sabino, y desde la llegada de Bielsa, también una ideología futbolística de la que bebió Guardiola como si fuera mate en aquella audiencia privada de once horas en Rosario. Con el partido del Madrid empezado, llegaron ecos de la frase del Pep que, para no de dejarme mal, resume perfectamente la totalidad de su discurso, esa mezcla de victimismo y superioridad moral a la que ya nos referimos. "El Madrid ha sido el justo campeón pero han pasado muchisimas cosas que se han tapado por nuestro silencio". Hemos sido víctimas de un robo pero somos tan buenos que nos hemos callado, esa seria la traducción a román paladino de las palabras de Guardiola. La derrota saca de las entrañas del santón la autentica realidad que permanecía escondida en la victoria tras un muro de buenas palabras, falsa modestia y prosa de tienda de chucherías. Corre ahora el peligro el Barcelona de quedar definitivamente instalado en eso que Jon Juaristi llamó "el bucle melancólico". El recuerdo permanente de una arcadia feliz que nunca existió, de un mundo perfecto que fue mentira.
El Madrid saltó al césped de San Mamés consciente de que teniendo una cita con la historia no es conveniente llegar tarde. Ataque fulgurante tras la presión sin permitir que los de Bielsa enlazaran más de dos pases. Tras fallar Cristiano un penalti, Higuaín sacó la cápsula de cianuro que guardaba para su propio suicidio como madridista y la utilizó para envenenar al Athletic con un gol que recordó a aquel contra Osasuna que también valió una liga. A partir de ahí Özil comenzó a bailar una bella danza turca desconocida y fueron tres goles pero pudieron ser más. Con el Madrid campeonando ya y harto Cristiano de que el graderío le mentara a la madre se quitó el corsé que alguien le puso y le recordó quién era el campeón de liga. En defensa de la borrokada no salió un Gorka, ni un Ekiza, ni un Aurtenetxe. Salió un Martínez, un erdera, en busca de hacerse perdonar el apellido por esa grada de la que se expulsó a algunos aficionados madridistas para evitar conflictos. Desgraciadamente, una vez más en esa tierra la criminalización de las víctimas.
Tras el pitido final fue manteado Mourinho por sus jugadores con la excepción del capitán que se encontraba atendiendo a la choni a la que antes había regateado el entrenador, en palabras de Ruiz-Quintano, para hacerle ver a Sarita que todavía hay sitio para el colegueo. Llega el momento ahora de Florentino, que debe hacer ver a José Mourinho que su leyenda sólo se puede hacer eterna si va de la mano de la leyenda por excelencia del fútbol. Si el presidente no le consigue convencer de la importancia de su continuidad más allá de la próxima temporada volveremos a la imagen que teníamos de Mourinho. Un Ethan Edwards, eternamente crepuscular, tras el que siempre se cierra una puerta.
Aparte de la mezcla de victimismo y superioridad moral en el discurso de Guardiola, también hay otra variante en la que mezcla falsa modestia y superioridad moral ("Nos conformamos con victorias más pequeñitas con las que provocamos admiración mundial"): http://caballero-del-honor.blogspot.com.es/. Por cierto, excelente artículo
ResponderEliminarEra inevitable, sólo así podía concluir un campeonato que el Real Madrid atravesó como un forajido empujado a la clandestinidad y atacado al mismo tiempo desde varios frentes que lograron incluso azuzar rupturas intestinas en la propia grada de Chamartín. Hace falta una gigantesca fuerza de carácter para prevalecer a semejante ambiente, señalándose el muslo, encima. El título es el punto de apoyo hacia el porvenir que debería conceder sosiego a pesar de los enemigos emboscados, y conceder por fin una sensación de largo aliento en la que la institución no se juega un prestigio centenario con cada alienación decidida por Mourinho y con cada partido que sale mal. Incluso ahora, el éxito está siendo envenenado por una corriente de opinión que rebaja la importancia del alirón. Los mismos periodistas que acuñaron el término conspirativo de «villarato» y que, entre espasmos cursis, caracterizaron al Barcelona como el mejor equipo de todos los tiempos se descuelgan ahora con la ocurrencia de que ganar una Liga contra tales potencias es algo que hace cualquiera. Lo dicho: nada más grato que silenciar a los hostiles. Cibeles ama la victoria, no la caspa del falso señorío.
ResponderEliminarDe acuerdo en todo, pero el Madrid debe mejorar mucho en uno de sus registros, el que peor domina: tocar y dormir los partidos cuando se le ponen muy de cara. Aún no sabe cerrarlos, y el recurso a Granero para cambiar el ritmo vertiginoso del equipo, no parece suficiente.
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