Cuando José Mourinho aterrizó en Madrid, el Barcelona de
Guardiola amenazaba con instaurar una hegemonía futbolística e ideológica que
podía mantenerse durante más años de los que nuestra paciencia podría soportar.
No era sólo la impecable trayectoria deportiva del Barça sino la deriva
madridista hacia el conformismo en la derrota. Como escribió Samuel Johnson: “Las cadenas del hábito son generalmente
demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para
que podamos romperlas.” Ese fue el principal escollo que tuvo que superar
el entrenador portugués y más cuando en su primer enfrentamiento directo con el
Barcelona cosechó la más humillante de las derrotas. Romper la cadena del hábito
de la derrota fue una misión que sabemos que no hubiera podido ser realizada
por ningún otro. Aquella dolorosa goleada bien pudo haber convertido al Madrid en
el Foreman que salió de Kinshasha, sumido en una depresión que duró años, pero
la personalidad del de Setúbal sobrevivió a aquello como ha sobrevivido a
muchas otras cosas que ha tenido que sufrir desde que llegó a España. Las
últimas victorias frente al Barcelona parecen haber servido para apartar el foco
de la crítica del rostro del entrenador y prefiere el agit-prop del
marquismo-leninismo centrar el ataque sobre esos nuevos enemigos del pueblo que
pegan pataditas a los niños buenos. Ayer ganó el Madrid, además, recurriendo al
plan primigenio con Pepe de medio-centro.
A Hugues este Barcelona del ocaso le mueve a la ternura y otro
tanto me ocurriría a mí de no contar en sus filas con Xavi Hernández. Xavi es
la barrera infranqueable que no pueden atravesar mis intentos de empatía con el
Barça derrotado y triste, desnortado y agónico. Xavi va camino de convertirse
en la Norma Desmond de este crepúsculo de los dioses blaugrana y sabemos que
acabará replicando al “era usted grande”
con un “soy grande, es el fúpbol el que
se ha hecho pequeño”. Ayer tarde no estaba Xavi y yo estuve a punto de no
estar tampoco. La inquina de Roures hacia lo español le llevó a poner el
partido a la hora de la siesta y uno está tan acostumbrado ya a la nocturnidad
futbolera que le pareció que ver el partido tomando un cortado era lo mismo que
pedir un poleo en un burdel. Lo mismo debió pensar Benzema, que apareció a poco
de comenzar el partido para empujar a la red un buen centro de Morata y no
volvimos a saber de él. Como ya hemos dicho, Mourinho hizo un guiño al pasado y
sacó a Pepe a limpiar el centro del campo haciendo que los centrocampistas del
Barça levantaran los pies como los clientes del bar que cierra cuando pasa el
camarero con el cepillo y el mocho. El Barcelona de la primera parte fue el
Limoges de Bozidar Maljkovic dando una lección de tostonball y en medio del
aburrimiento Messi hizo el mismo truco que Benzema apareciendo para marcar un
gol y desapareciendo después. El Madrid había salido con un equipo lleno de
suplentes y no fue porque Mourinho tirara el partido pensando en el martes sino
porque pensó que con ellos bastaba para contener a este Barcelona meláncolico
que mira al banquillo buscando a Guardiola y se encuentra a un payés en chándal
que parece haber salido de casa a ver cómo marcha la cosecha de arbequinas. El
pobre Roura tiene en el rostro una permanente expresión de llevar un traje que
le viene demasiado grande porque no le dejaron ir al sastre a probárselo antes.
Controlado el partido anímicamente salió Cristiano, que ya en la primera jugada
despertó a todo su equipo que se había quedado hipnotizado por el péndulo del
tiqui-taca, y Sami Khedira que sólo tuvo que darle las buenas tardes a Iniesta
para que se terminara la fiesta. Ramos marcó el gol de la victoria al cabecear
un córner magistralmente botado por Modric y casi le perdonamos todo lo demás. Terminó
el partido con una caída de Adriano dentro del área del Madrid que Valdés desde
el otro lado del campo vio como clarísimo penalti y tras el pitido final se
cagó en los valores corriendo a por el árbitro, mostrando un comportamiento tan
chusco y alejado de las enseñanzas de La Masía que no descartamos que esta
semana se recupere la entrevista en la que siendo niño mostraba su rendida admiración
por Paco Buyo. Dos victorias seguidas frente al Barcelona han servido para
cicatrizar profundas heridas pero el madridismo siempre quiere más y nos
sirven para explicar nuestros anhelos los versos de Houllebecq.
“Queremos algo como
una fidelidad,
Como una imbricación
de dulces dependencias,
Algo que sobrepase la
vida y la contenga;
No podemos vivir ya
sin la eternidad.”
Y la eternidad, para el Real Madrid, solamente es la Copa de
Europa.