Un hombre se despierta una mañana y, como tantas otras mañanas, enciende el ordenador, abre el navegador que va directamente a la página de Twitter y comienza a saludar con la mejor de las sonrisas a gente a la que no ha visto jamás, a gente a la que jamás verá. Una de esas personas le pregunta por su salud y el hombre comenta su franca mejoría; da las gracias por el interés y sonríe. Poco después ese hombre muere. Poco después de morir la noticia aparece ya en el mismo lugar en el que el hombre daba feliz los buenos días. Gente que jamás ha visto a ese hombre, gente que jamás lo verá, comienza a llorar. De París a México DF. De Melbourne a Berlín. Desde cada ciudad de España. Jamás vi a ese hombre, jamás lo veré, y ayer hubo momentos de llanto inconsolable.
Javier Pérez Cepeda, Cchurruca en la red, era un hombre que habitaba en la cortesía y la generosidad. Y nada en él parecía forzado. Había creado su personaje a imagen y semejanza de su persona y para eso hay que ser valiente, hasta temerario. El afecto profundo que mostraba hacia sus semejantes no podría haber sido falso, traspasaba la pantalla del ordenador, del móvil, de la tablet. Era imposible no esbozar una sonrisa al verlo cada mañana dando los buenos días, uno a uno, a decenas de desconocidos. Sonriente en el emoticono. Sorprendía la sinceridad de afectos en medio de tanta impostura. La fina ironía entre gruesos chascarrillos. La inteligencia vivaz brillando entre la estulticia. En un mundo cada vez más asediado por la chabacanería, Javier era uno de los últimos reductos de clase y bonhomía. Un Señor, con mayúscula, dijo ayer alguien de él.
Derrochador y transversal en el afecto, economizaba sin embargo en el insulto como si no estuviera hecho para él. Como si le fuera ajeno. Sólo le vi perder ligeramente la compostura ante la estupidez mostrada sin decoro y ante cuestiones que le afectaban personalmente; pero ni aun entonces lo imaginaba uno con el rostro desencajado, enrojecido por la ira. Jamás se le vio juzgar a nadie nada más que por sus palabras o sus actos. Más Nelson que Churruca en el humor. Gallego en el que resultaba irrelevante que subiera o bajara la escalera; siempre acabaría saludando a los que se iba encontrando.
Un hombre se despierta una mañana y poco después muere. Un hombre se despierta una mañana y poco después muere para acabar viviendo para siempre.
Buena travesía, almirante.
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