En cuanto Alexis marcó el gol del empate las ratas empezaron a abandonar el barco. Este hecho desmiente que el mourinhismo sea una secta como pretenden hacernos creer esos plumillas para los que la palabra Mou ejerce el mismo efecto que un plato de Whiskas en el perro de Pavlov, sustituyendo la saliva por bilis. Durante el descanso del partido había atascos en la carretera que sale del mourinhismo con destino a la fábrica de pipas que Facundo tiene en Villada.
El Clásico había empezado como siempre, con ese elogio del feismo que son las alineaciones del Barça, repletas de tipos bajitos, feos y contrahechos. A los de mi generación, siendo niños, nos hubieran puesto dos rombos en la pantalla para evitar pesadillas y terrores nocturnos. Pues bien, este Barcelona de Tod Browning es para muchos la quintaesencia de la estética aplicada al fútbol. No sorprende viniendo, en muchos casos, de nerds que ocupaban todo su tiempo en ver partidos de la liga de Azerbaiyán y recibir collejas en el instituto y la universidad.
Mourinho hizo el sábado lo mismo que Aznar con el "decretazo". El decretazo de Mou es Pepe de medio-centro y lo retiró, como en su día Aznar, para darle el gusto al enemigo a sabiendas de que era necesario y trascendente. Al presidente se le rebelaron los sindicatos, la izquierda insensata y los curritos de Cebrián. Al entrenador se le rebelan el sindicato de los españoles, dirigido por ese Cayo Lara de amarillo, los piperos y, otra vez, los curritos de Cebrián. Del polvo de aquella retirada del 2002 viene el lodo de cinco milones de parados. Del polvo de la retirada del sábado surgió el lodo del slalom de Messi en el primer gol.
No todos los problemas nacieron del decretazo de Mourinho. Anduvo desquiciado Cristiano lo que no justifica la inquina de las tribunas para las que quizás sea demasiado guapo, rico y bueno, incluso en el Bernabéu. Apenas se vió a Ozil que, desde que le dejó la venezolana, cada día parece más un sufí que esté a punto de alcanzar la desposesión del yo. "Mi vida ha disgustado a mi alma, entre esas ruinas que se desmoronan", parece decir el turco con su actitud. Sólo Di María pareció comprender la ocasión que se presentaba tras el gol de Benzema de acabar de una vez por todas con la pequeña leyenda del Barça de Guardiola.
El partido acabó como casi siempre ultimamente, con el Pep abandonando por un momento la pretendida melancolía en la que nos quiere hacer creer que vive. Ese aura melancólico casa perfectamente con su nacionalismo de estética ERC. De hecho, si a Guardiola le pones el disfraz de la Blasa, es "la vieja que pasó llorando" que todos los nacionalistas ven al menos una vez en la vida, de Quebec a Dublín, pasando por Sampedor.
Lo malo no es perder, ni siquiera la cara de tonto que se te queda, lo realmente terrible es tener que ver una foto de Iniesta en calzoncillos mientras la camarera te sirve una ronda más de chupitos de Jägermeister en los que ahogar la pena.
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