Dicen los mancunianos, sin ápice de humildad, que “lo que
Manchester hace hoy, el mundo lo hará mañana” y seguramente no anden
desencaminados. El Manchester United, hasta la llegada de Sir Alex Ferguson,
era sin lugar a dudas el menos laureado de la Ivy League del fútbol europeo, de
la aristocracia a la que sólo pertenecían aquellos que se habían ganado el
puesto acumulando títulos en las vitrinas y, sin embargo, nadie podía poner en
duda su pertenencia a ese club restringido. El Manchester United pareció
durante muchos años el Michi Panero del fútbol europeo: un autor sin obra cuyo
prestigio se asentaba en el carisma pop. Si New Order son hijos de un suicidio,
el Manchester United y su leyenda nacieron seguramente de las cenizas del desastre
aéreo de Múnich y de su posterior capacidad para crear iconos que trascienden
lo deportivo para pasar a formar parte de la cultura popular. Del primer verano
que pasé en Inglaterra, arrastrado a Brighton por Quadrophenia y los hermanos
Gil, aún conservo una bufanda del Manchester United y el disco que The Wedding
Present consagraron a George Best, comprados en una callejuela de The Lanes. Ferguson
acababa de llegar a Manchester por aquel entonces y nada hacía suponer que el
ManU se iba a reinventar de nuevo como hiciera tras la tragedia del 58 pero,
para quien ni siquiera había nacido cuando el club del Gran Manchester ganó la
Copa de Europa del 68, los colores del equipo de Old Trafford producían una
fascinación especial. Fueron primero los Bubsy Babes, supervivientes de la
tragedia, Charlton y Denis Law y por encima del ellos el mencionado George
Best, el Chico de Belfast, el Quinto Beatle, el primer jugador de fútbol
convertido en estrella del rock sin necesidad de pisar jamás un escenario. De
sinceridad primitiva, excesivo y deliciosamente arrogante como el que vendría a
ocupar su puesto en el corazón de los aficionados reds más de 20 años después.
Eric Cantona, con sus luces y sombras, inicia junto a Ferguson el despegue del
ManU hacia una nueva revolución industrial llegando desde el Leeds del
Yorkshire a la Casa de Lancaster sin Guerra de las Dos Rosas por medio. Revolución
futbolística, ética y estética en la que se abandonan los usos y costumbres aristocráticos
para crear una maquinaria nueva destinada a fabricar una marca global que
convierte al Manchester United en el club más poderoso del mundo.
Cuando Florentino Pérez llegó al Real Madrid intentó hacer
esa misma revolución pero se quedó en lo comercial ahondando en eso que llamaba
Umbral, hablando del club blanco, el hueco metafísico. “El Madrid sigue por inercia, pero le falta el motor del cambio, que es
una incardinación política, y le falta la levadura y el espesor de una
representación social, epocal, que ya no tiene”. Se convirtió el Real
Madrid en un casino de Las Vegas con su grupo de crooners crepusculares que
vendían las entradas de todas las funciones pero sólo salían a cantar en unas
cuantas, algunas de ellas memorables. Se comenzaron a hacer giras asiáticas y
se vendían camisetas pero faltaba crear una mística que estuviera por encima de
los nombres y la coyuntura y que no habíamos visto tras la muerte de Bernabéu y
no hemos vuelto a ver hasta la llegada de Mourinho y Cristiano. Ese intento de
revolución de Florentino se redujo a lo económico mientras se continuaba con la
ética de los hidalgos y la estética de los paletos. Un Himno del Centenario
encargado a José María Cano cuando al Manchester United le hacían la banda
sonora The Stone Roses. La llegada de Cristiano y Mourinho representan esa revolución pendiente
del Real Madrid y su entrada definitiva en los circuitos de la mitología pop y
de ahí el desprecio hacia ellos de los guardianes de una pureza de sangre que
de nada sirve en los salones de la nueva aristocracia y de una historia que
sólo sirve para alimentar la melancolía.
Alex Ferguson lleva más de veinte años como entrenador del
mismo club pero en ese tiempo los equipos a los que ha entrenado han sido
varios. Su inteligencia ha quedado demostrada al ser capaz de adaptar siempre
los mimbres al cesto, creando siempre cestos funcionales con independencia de
la forma que adopten. Anoche, consciente de su inferioridad, el ManU hizo el
partido que la lógica demandaba apoyado en la sabiduría competitiva que otorgan
los muchos años consecutivos jugando partidos de la exigencia del de ayer. La
primera parte nos mostró un Real Madrid al que no se le acabaron de dar mal los
medios tiempos que el equipo inglés le obligó a componer aunque sabemos que es
en el frenesí donde el equipo blanco e encuentra más a gusto y donde resulta
más fiable. En el control es, paradójicamente, donde el Real Madrid pierde la
concentración y acumula errores y ocasiones falladas. Xabi Alonso tuvo que
cambiar de batuta para dirigir a una orquesta acostumbrada a tocar a Wagner y
que se tuvo que poner a interpretar a Bach. Como siempre que el Madrid juega
contra un grande emergió la figura de Coentrao, Di María aportó afilados riffs
de guitarra cuando la monotonía encorsetaba el juego y Varane ponía la cordura
que ocultaba la suficiencia cargante de Ramos. El ManU había aportado
disciplina táctica y los detalles de Van Persie, uno de esos delanteros centro líricos que
Holanda le ofrece de cuando en cuando al mundo. Una vez más a la salida de un
córner recibió el Madrid un gol y pudimos ver a Ramos bloqueando la salida de
Diego López como si fuera un pívot en la lucha por el rebote de un tiro libre. Cristiano
puso las tablas con un cabezazo de póster y no celebró el tanto por respeto a
su creador. Pudo haber marcado el Real Madrid en varias ocasiones en esos
primeros 45 minutos a pesar de haber jugado con diez. Lo malo de Karim Benzema
no es esa melancolía manuelmachadiana en la que parece sumido, “Me siento, a veces, triste como una tarde
del otoño viejo; de saudades sin nombre, de penas melancólicas tan lleno...”,
sino la cara de magdalena proustiana que se le está poniendo y que nos conduce
a nosotros a esa melancolía. Lo peor de anoche no fue su incapacidad para sumar
al colectivo sino su capacidad de restar. Todas las decisiones que el francés
tomó fueron equivocadas, conduciendo el balón cuando había que pasar y
pasándolo cuando el juego pedía mantenerlo. En la segunda parte el Manchester,
renunció inteligentemente a las señas de identidad del fútbol inglés y dejó
para mejor ocasión el intercambio de golpes. El juego del Madrid se fue
espesando a pesar de que Khedira iba asumiendo las tareas que el estado físico le iba obligando a abandonar a Xabi Alonso.
Özil no dejaba de intentar sacar conejos de una chistera que según avanzaban los
minutos se iba haciendo más estrecha y el cambio de Higuaín por Benzema no
trajo más que melancolía porteña y tanguera. “Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado, y amargura del sueño que murió”. Acabe como acabe la eliminatoria, en los prolegómenos
de cada partido del Bernabéu seguirá sonando por megafonía el Nessun Dorma y en
el estadio del Manchester la voz de Ian Brown cantando This is the one. Esa revolución continua pendiente y yo quiero I’m resurrection sonado cada vez que
José Mourinho pise el césped de Concha Espina.
Your tongue is far too long
I don't like the way it sucks and slurps upon my
every word
Don't waste your words I don't need anything
from you
I don't care where you've been or what you plan
to do
I am the resurrection and I am the light
I couldn't ever bring myself to hate you as I'd
like.