Escribió Umbral refiriéndose a Emilio Butragueño que era tan normal que en su mito no encontramos materia literaria para escribir nada. Lo mismo cabría decir de los chicos bajitos del Barça. Han necesitado ganar todo para poder pasar a la historia. Si no fuera por esos títulos acumulados en estos últimos años no tardarían en instalarse en las frías estanterías del olvido. Sus biografías son tan aburridas como ese fútbol que practican donde no hay lugar para las excentricidades ni para las locuras que distinguen el fútbol que merece ser visto y la vida que merece ser vivida. Es el suyo un fútbol eminentemente mediterraneo, paciente y frío . Emparentado con una forma de ver la vida que resulta incomprensible en otros lugares donde la paciencia no tiene sitio. Donde las heladas podían helar la siembra, el granizo podía tumbar la espiga, el frío podía demorar la siega, las lluvias podían arruinar la trilla y la ausencia de viento podía eternizar las parvas en las eras. Este fútbol que dicen que ha inventado Guardiola ya se lo vi yo a un Valladolid entrenado por Maturana y al tercer rondo entre Leonel Álvarez y los centrales el Nuevo Zorrilla respondía con pitos.
Mallorca emerge del Mediterráneo y Caparros es andaluz pero parece vasco. Su sitio estaba en el Athletic al que había vuelto a dotar de una Weltanschauung propia y hermosamente arcaica, pero a los popes del nacionalismo vasco no les gusta que les recuerden que no hay nada tan español como ese rincón al que llegó Tubal. En Bilbao prefirieron entregar las llaves de San Mamés a Bielsa que es Hebe de Bonafini aplicada al fútbol. Los equipos de Caparrós juegan antiguo, con una sinceridad que nada esconde, un fútbol físico denostado ahora por los apóstoles del zapaterismo balompédico. En esa batalla que planteó Caparros a punto estuvo el Madrid de perder la guerra. Casillas es cada vez más Chamberlain, líder incapaz y cobarde.
El Madrid no jugará nunca como el Barcelona ni escucharán nuestros oídos encendidos elogios a la excelencia del sistema. Ni falta que hace. La leyenda blanca se ha construido en la épica y en los milagros. La historia del Real Madrid es una interminable sucesión de poemas que constituyen un cantar de gesta inolvidable y eterno sin apenas hueco para concesiones líricas. En este nuevo capítulo que se escribió anoche volvió a surgir ese Odiseo moderno que es Higuaín. El Pipita ha tenido que sufrir en estos cinco años cicones, lotófagos y cíclopes; descenso a los infiernos y vive ahora disfrazado de mendigo de minutos a la espera del momento de acabar con todos los pretendientes. Higuaín representa mejor que ningún otro jugador de la actual plantilla el espíritu y la historia que hicieron del Real Madrid lo que conocemos. Desde un madridismo porteño y precoz, el tránsito del argentino por el Bernabéu sólo puede terminar en el Olimpo sagrado de nuestros recuerdos.
El otro héroe de esta épica actual es Cristiano y más ahora que se nos antoja como un Cid que ha perdido el favor y el vasallaje con el señorío del Bernabéu. "Por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos -polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga". No tenemos muy claro eso del señorío pero imaginamos oyendo lo que oímos que el señorío debe ser Roberto Gómez gorroneando ibérico y chuletones en De María o Segurola repartiendo elogios inmerecidos a la Bonafini de San Mamés. De vuelta a Ibiza encontré yo el otro día la imagen definitiva del periodismo deportivo español en esas gaviotas del vertedero de Ca Na Putxa que prefieren hurgar en la basura en vez de volar a pescar al mar. Mourinho es el halcón robot encargado de ahuyentarlas a ver si de una vez por todas nos dejan de joder la siesta con sus graznidos.
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