(Entrada de Carlos Rojas Ruiz)
No me considero una persona que haya crecido viendo fútbol por los éxitos de mi equipo. Verán, mi vida futbolística gira entorno a dos colores, el rojo y el blanco; en torno a dos equipos, Real Madrid y Liverpool FC. Dos ídolos, Xabi Alonso y Steven Gerrard. El primero ha podido jugar en mis dos equipos, el segundo –con toda seguridad madridista desde la distancia- sólo ha podido defender al segundo. Para una persona que crece jugando desde pequeño de mediocentro, la posición más bella del balompié es fácil enamorarse del típico jugador que mueve bien la pelota, que sabe darle dirección a los pases y ser la piedra angular de un esquema de diez tíos más que te rodean en un rectángulo verde.
Siempre me llamaron Xabi Alonso, pese a que mi nivel de fútbol fue menguando a medida que me hacía más mayor. Y es cierto, siempre he jugado en la posición del tolosarra y creo que mis cualidades son muy parecidas a las suyas –salvando la enorme distancia futbolística-. Pero siempre he sido más un Steven Gerrard. De él aprendí a hacerme grande en un equipo que te ofrecía cero garantías y con el menester de empezar temporada a temporada desde la nada… para acabar en el mismo lugar. El fútbol siempre me ha quitado tiempo de mi vida, sin dedicarme profesionalmente a ello. Más de la cuenta.
De Gerrard he aprendido a tener una liga ganada y perderla a falta de dos jornadas para el final de la misma. En mi mejor año, en plena pubertad, el que supuso un oasis de calidad y rendimiento por mi parte rodeado por toda una vida de mediocridad. No sé cuántos goles marqué, no sé el impresionante número de asistencias que regalé, pero sí hice el gol que siempre quise que Stevie G hiciera. Por suerte, pude ganar una liga en el descuento con un gol mío, en un partido en el cual había fallado un penalti y habíamos recibido un tanto por culpa mía. Y todo ello con el 8 y el brazalete de capitán en mi brazo.
Quizás esta última haya sido mi mayor alegría en el fútbol hasta el 24 de mayo del 2014. Fíjense la mala suerte que he tenido, que vi la memorable remontada del Liverpool al Milan sin ser del conjunto red. Tampoco me hice fan de ellos a partir de ese partido. La primera final de Champions que vi como aficionado del Liverpool la perdimos contra los rossoneri en 2007 y creo que pasará muchísimo tiempo hasta que vuelva a ver a los míos en otra final.
Primer referente. Eso ha sido Gerrard para mí. De futbolista me han gustado Sneijder, Pirlo, Gattuso,Scholes, Lampard… pero nadie me llegó más al corazón que esos dos integrantes del mediocampo red. Los dos eran todo a lo que yo he aspirado y aspiro a ser en la vida: buenos, guapos, elegantes, respetados y líderes. Hay cosas que trascienden al fútbol, supongo, y mi madre siempre me decía que “hay gente que nace estrella, y gente que nace estrellado”. No sabría dónde colocar a Stevie en esta frase. Una persona que con 23 años ya es capitán de un equipo, que representa el amor a unos colores, que es el líder de un grupo… pero que nunca ha conseguido ganar ni una mísera liga. Amén de que fue como un padre para mí, siempre he tenido la sensación de estar muy cerca de él, la confianza de pensar que algún día podría abrazarle. Desde bien chico. He llegado a estar próximo a él, y pude rendirle el homenaje de mi vida en el Santiago Bernabéu, inconsciente de que estaba presenciando un partido en su última campaña al mando de los reds, donde me rompí las manos e hice sonar en el coliseo blanco ese cántico precioso que tantas veces se habrá oído allá por Anfield Road.
El resbalón de Gerrard lo supuso TODO para mí. Soy del Madrid por influencia paternal, pero soy del Liverpool por mí mismo, o quizás por culpa de ‘La 2’. La temporada 2013-14 de los reds, la segunda vuelta de Gerrard fue un reflejo de mí mismo ganando la liga años atrás. Mi padre no había visto ni un partido de los de Merseyside ese año y le dije que viera el Liverpool-Chelsea a mi lado. Solía –y suele picarme- cuando pierde el Pool, pero cuando vio el resbalón de Gerrard no me dijo nada. Ni siquiera me miró. Se levantó y se fue del comedor, dejándome solo contemplando el panorama. Sólo me oyó decir, entre sollozos, “todos menos tú, Steven; todos menos tú”. Sólo regresó para consolarme al acabar el partido cuando ya estaba destrozado, llorando. No muchas veces he llorado por el fútbol, la verdad, pero ese Liverpool era mi equipo años atrás, y Gerrard era yo.
Hay partidos que definen a futbolistas y en el caso de Steven Gerrard podemos hablar de esa final ganada al West Ham, el partido contra el Olympiakos en 2004 que nos permitió estar en los Octavos en 2005 (en una edición que ganaríamos al Milan, otro partido que define a StevieG), e incluso el último partido que disputó de Champions, ante el Basilea, en el cual se erigió como héroe del equipo en los últimos compases del partido sin poder hacer nada más, pero habiéndolo hecho todo. Fue, ha sido y será el héroe corriente. El que por la noche te hace campeón de Europa y al día siguiente se toma una cerveza en un pub de Liverpool y pasa la tarde en The Cavern.
Normalmente, los ídolos te enseñan la cara buena del fútbol: el éxito, la fama, los goles, los títulos… Gerrard no sólo me ha enseñado eso, sino que me ha hecho saber -jugando yo y viéndole a él desde mi sofá- qué es la nada, qué es haber ganado 11 partidos seguidos en Premier League para caer contra un equipo lleno de suplentes en tu propio estadio. Creo que toda su figura hubiera sido la mía si yo hubiese triunfado en esto del fútbol. Yo también tengo una foto con pocos años vestido con el uniforme del Barça, yo también he jugado 11 años en el mismo club sin moverme, portando desde el principio el 8 y siendo capitán varios años.
No sé si el lector sabrá quién es Bill Shankly, pero éste dijo una vez: “Liverpool was made for me and I was made for Liverpool”. Podríamos aplicar la misma frase con el todavía 8 red, pero yo añadiría que el ‘You’ll never walk alone’ fue hecho para Gerrard, y que Gerrard nació para escuchar el que para mí, podría ser no sólo el himno del Liverpool, sino también el de una carrera deportiva de un héroe. El héroe de Xabi Alonso, mi otro adalid futbolístico, pero también el mío.
Carlos Rojas Ruiz