jueves, 3 de diciembre de 2015

Un hombre

Un hombre se despierta una mañana y, como tantas otras mañanas, enciende el ordenador, abre el navegador que va directamente a la página de Twitter y comienza a saludar con la mejor de las sonrisas a gente a la que no ha visto jamás, a gente a la que jamás verá. Una de esas personas le pregunta por su salud y el hombre comenta su franca mejoría; da las gracias por el interés y sonríe. Poco después ese hombre muere. Poco después de morir la noticia aparece ya en el mismo lugar en el que el hombre daba feliz los buenos días. Gente que jamás ha visto a ese hombre, gente que jamás lo verá, comienza a llorar. De París a México DF. De Melbourne a Berlín. Desde cada ciudad de España. Jamás vi a ese hombre, jamás lo veré, y ayer hubo momentos de llanto inconsolable. 

Javier Pérez Cepeda, Cchurruca en la red, era un hombre que habitaba en la cortesía y la generosidad. Y nada en él parecía forzado. Había creado su personaje a imagen y semejanza de su persona y para eso hay que ser valiente, hasta temerario. El afecto profundo que mostraba hacia sus semejantes no podría haber sido falso, traspasaba la pantalla del ordenador, del móvil, de la tablet. Era imposible no esbozar una sonrisa al verlo cada mañana dando los buenos días, uno a uno, a decenas de desconocidos. Sonriente en el emoticono. Sorprendía la sinceridad de afectos en medio de tanta impostura. La fina ironía entre gruesos chascarrillos. La inteligencia vivaz brillando entre la estulticia. En un mundo cada vez más asediado por la chabacanería, Javier era uno de los últimos reductos de clase y bonhomía. Un Señor, con mayúscula, dijo ayer alguien de él. 

Derrochador y transversal en el afecto, economizaba sin embargo en el insulto como si no estuviera hecho  para él. Como si le fuera ajeno. Sólo le vi perder ligeramente la compostura ante la estupidez mostrada sin decoro y ante cuestiones que le afectaban personalmente; pero ni aun entonces lo imaginaba uno con el rostro desencajado, enrojecido por la ira. Jamás se le vio juzgar a nadie nada más que por sus palabras o sus actos. Más Nelson que Churruca en el humor. Gallego en el que resultaba irrelevante que subiera o bajara la escalera; siempre acabaría saludando a los que se iba encontrando. 

Un hombre se despierta una mañana y poco después muere. Un hombre se despierta una mañana y poco después muere para acabar viviendo para siempre. 

Buena travesía, almirante. 

viernes, 2 de enero de 2015

Steven Gerrard

(Entrada de Carlos Rojas Ruiz) 

No me considero una persona que haya crecido viendo fútbol por los éxitos de mi equipo. Verán, mi vida futbolística gira entorno a dos colores, el rojo y el blanco; en torno a dos equipos, Real Madrid y Liverpool FC. Dos ídolos, Xabi Alonso y Steven Gerrard. El primero ha podido jugar en mis dos equipos, el segundo –con toda seguridad madridista desde la distancia- sólo ha podido defender al segundo. Para una persona que crece jugando desde pequeño de mediocentro, la posición más bella del balompié es fácil enamorarse del típico jugador que mueve bien la pelota, que sabe darle dirección a los pases y ser la piedra angular de un esquema de diez tíos más que te rodean en un rectángulo verde.
Siempre me llamaron Xabi Alonso, pese a que mi nivel de fútbol fue menguando a medida que me hacía más mayor. Y es cierto, siempre he jugado en la posición detolosarra y creo que mis cualidades son muy parecidas a las suyas –salvando la enorme distancia futbolística-. Pero siempre he sido más un Steven Gerrard. De él aprendí a hacerme grande en un equipo que te ofrecía cero garantías y con el menester de empezar temporada a temporada desde la nada… para acabar en el mismo lugar. El fútbol siempre me ha quitado tiempo de mi vida, sin dedicarme profesionalmente a ello. Más de la cuenta.
De Gerrard he aprendido a tener una liga ganada y perderla a falta de dos jornadas para el final de la misma. En mi mejor año, en plena pubertad, el que supuso un oasis de calidad y rendimiento por mi parte rodeado por toda una vida de mediocridad. No sé cuántos goles marqué, no sé el impresionante número de asistencias que regalé, pero sí hice el gol que siempre quise que Stevie G hiciera. Por suerte, pude ganar una liga en el descuento con un gol mío, en un partido en el cual había fallado un penalti y habíamos recibido un tanto por culpa mía. Y todo ello con el 8 y el brazalete de capitán en mi brazo.



Quizás esta última haya sido mi mayor alegría en el fútbol hasta el 24 de mayo del 2014. Fíjense la mala suerte que he tenido, que vi la memorable remontada del Liverpool al Milan sin ser del conjunto red. Tampoco me hice fan de ellos a partir de ese partido. La primera final de Champions que vi como aficionado del Liverpool la perdimos contra los rossoneri en 2007 y creo que pasará muchísimo tiempo hasta que vuelva a ver a los míos en otra final.
Primer referente. Eso ha sido Gerrard para mí. De futbolista me han gustado SneijderPirloGattuso,ScholesLampard… pero nadie me llegó más al corazón que esos dos integrantes del mediocampo red. Los dos eran todo a lo que yo he aspirado y aspiro a ser en la vida: buenos, guapos, elegantes, respetados y líderes. Hay cosas que trascienden al fútbol, supongo, y mi madre siempre me decía que “hay gente que nace estrella, y gente que nace estrellado”. No sabría dónde colocar a Stevie en esta frase. Una persona que con 23 años ya es capitán de un equipo, que representa el amor a unos colores, que es el líder de un grupo… pero que nunca ha conseguido ganar ni una mísera liga. Amén de que fue como un padre para mí, siempre he tenido la sensación de estar muy cerca de él, la confianza de pensar que algún día podría abrazarle. Desde bien chico. He llegado a estar próximo a él, y pude rendirle el homenaje de mi vida en el Santiago Bernabéu, inconsciente de que estaba presenciando un partido en su última campaña al mando de los reds, donde me rompí las manos e hice sonar en el coliseo blanco ese cántico precioso que tantas veces se habrá oído allá por Anfield Road.
El resbalón de Gerrard lo supuso TODO para mí. Soy del Madrid por influencia paternal, pero soy del Liverpool por mí mismo, o quizás por culpa de ‘La 2’. La temporada 2013-14 de los reds, la segunda vuelta de Gerrard fue un reflejo de mí mismo ganando la liga años atrás. Mi padre no había visto ni un partido de los de Merseyside ese año y le dije que viera el Liverpool-Chelsea a mi lado. Solía –y suele picarme- cuando pierde el Pool, pero cuando vio el resbalón de Gerrard no me dijo nada. Ni siquiera me miró. Se levantó y se fue del comedor, dejándome solo contemplando el panorama. Sólo me oyó decir, entre sollozos, “todos menos tú, Steven; todos menos tú”. Sólo regresó para consolarme al acabar el partido cuando ya estaba destrozado, llorando. No muchas veces he llorado por el fútbol, la verdad, pero ese Liverpool era mi equipo años atrás, y Gerrard era yo.
Hay partidos que definen a futbolistas y en el caso de Steven Gerrard podemos hablar de esa final ganada al West Ham, el partido contra el Olympiakos en 2004 que nos permitió estar en los Octavos en 2005 (en una edición que ganaríamos al Milan, otro partido que define a StevieG), e incluso el último partido que disputó de Champions, ante el Basilea, en el cual se erigió como héroe del equipo en los últimos compases del partido sin poder hacer nada más, pero habiéndolo hecho todo. Fue, ha sido y será el héroe corriente. El que por la noche te hace campeón de Europa y al día siguiente se toma una cerveza en un pub de Liverpool y pasa la tarde en The Cavern.
Normalmente, los ídolos te enseñan la cara buena del fútbol: el éxito, la fama, los goles, los títulos… Gerrard no sólo me ha enseñado eso, sino que me ha hecho saber -jugando yo y viéndole a él desde mi sofá- qué es la nada, qué es haber ganado 11 partidos seguidos en Premier League para caer contra un equipo lleno de suplentes en tu propio estadio. Creo que toda su figura hubiera sido la mía si yo hubiese triunfado en esto del fútbol. Yo también tengo una foto con pocos años vestido con el uniforme del Barça, yo también he jugado 11 años en el mismo club sin moverme, portando desde el principio el 8 y siendo capitán varios años.
No sé si el lector sabrá quién es Bill Shankly, pero éste dijo una vez: “Liverpool was made for me and I was made for Liverpool”. Podríamos aplicar la misma frase con el todavía 8 red, pero yo añadiría que el ‘You’ll never walk alone’ fue hecho para Gerrard, y que Gerrard nació para escuchar el que para mí, podría ser no sólo el himno del Liverpool, sino también el de una carrera deportiva de un héroe. El héroe de Xabi Alonso, mi otro adalid futbolístico, pero también el mío.



Carlos Rojas Ruiz 

domingo, 28 de septiembre de 2014

The fall

Hay gente a la que le gusta el otoño. Gente aparentemente normal. Gente que saluda en el ascensor y ayuda a cargar con las bolsas del Mercadona a la octogenaria del sexto. Gente con derecho a voto, gente con trabajo fijo y bien remunerado. ¿Qué hacen Mariano y Soraya ante esto? Mirar para otro lado. 

Hay gente a la que le gusta el otoño con licencia de armas. Gente a la que le gusta el otoño con permiso para transportar mercancías peligrosas. Maestros de primaria. Neurocirujanos. Directores de sucursales bancarias. Sacerdotes. No sé cómo a alguien se le puede ocurrir traer un niño a un mundo en el que vive gente a la que le gusta el otoño. Ayer leí a uno en Twitter decir que no hay nada mejor que un día frío y lluvioso. Todavía no le han cerrado la cuenta. Si pones el coño de Hope Solo llega Jack y te chapa pero dices que no hay nada mejor que un día frío y lluvioso y no pasa nada. Este mundo es a veces un poco absurdo.

A Morrissey le gusta el otoño porque no se hacen barbacoas en los jardines y no huele a churrasco. A Shaun y a Bez les gusta el verano. Empezaron el Segundo Verano del Amor y aún no han terminado. Elige tu bando. Pasar del verano al otoño es como salir de un Closing en la Terrace de Amnesia y aparecer en un pueblo castellano de la posguerra; con sus viejas de alivio luto mascullando un Rosario. [Francisco Franco ha hecho RT de tu tweet]. 

Los ingleses llaman "the fall" al otoño. Son listos los ingleses. En otoño se caen cosas. Hay gente a la que le gusta que se caigan las cosas. No sé si hay término psiquiátrico para referirse a ese trastorno. Se caen las hojas de los árboles y se cae el pelo de las cabezas; a no ser que seas Arcadi, Mercutio o yo, que tenemos pelazo perenne. 

Si oigo decir a un fulano que le gusta mucho una mujer porque es muy gris y muy fría pienso que está tarado. Lo mismo me pasa con la gente a la que le gusta el otoño. El otoño es una enfermedad que conduce irremisiblemente a la muerte, que es el invierno. El otoño es un hospital. El invierno es un tanatorio. Lo que se cae en otoño se pudre en invierno. 

No os lo vais a creer pero hay gente a la que le gusta el invierno. Y no viven en la clandestinidad. Están entre nosotros y mantienen intactos todos sus derechos constitucionales. La democracia era esto. [Pablo Iglesias ha marcado tu tweet como favorito]. El invierno está bien si eres un oso y puedes irte a una cueva a sobar cinco meses soñando con el verano. Si no eres un oso el invierno es una puta mierda. Si le hablo a uno de estos ingleses del Yorkshire que hoy pululan por aquí, desencantados por el día lluvioso, de las excelencias del otoño me escupe en un ojo. No le culpo. Yo haría lo mismo.

No sé si la neurociencia ha estudiado ya el cerebro de la gente a la que le gusta el invierno pero apostaría a que cuando lo haga encontrará alguna disfunción en la corteza prefrontal ventromedial o en la corteza orbitofrontal; como ocurre en el cerebro de los psicópatas. Pinker escribirá sobre ello. Si soy sincero, hubo una época en la que a mí me gustaba el invierno. Escuchaba a Joy Division, leía relatos de Carver y llevaba siempre cara de estar pensando en la futilidad de la vida. Era un triste y por eso me gustaba el invierno. Se me pasó en cuanto apareció el acid house y las cosas que vinieron con él. Y ya sólo quise verano.

El verano es una celebración de la vida.

Hay gente que trata de convencerme de que el invierno tiene ventajas. Hay proselitistas del invierno. Y el gobierno no hace nada contra ellos. Con estas cosas uno pierde la confianza en el sistema y acaba votando a Podemos. Si sois de los que os gusta el invierno no os molestéis en llamar a mi puerta. Ya os he dicho mil veces que yo vine a este mundo a pasar el verano.



martes, 20 de agosto de 2013

Esperando a Bale


La nostalgia del Ausente que anunciara Gistau se ha convertido en una competición por ver quien tiene el mourinhismo más grande. Lo que un día llamamos mourinhismo se ha convertido en la UCD de Adolfo Suarez o El pico de las viudas que retratara John Irving. Hay que decir, no obstante, que para viudas compungidas las del periodismo patrio que no dejan de recordarme a aquella del sketch más políticamente incorrecto de Martes y 13 y que gemía desconsolada ante el ataúd de su marido: “¡Ay, Pepe, quién me va a pegar a mí ahora!”. La obsesión de muchos de estos individuos merecería un estudio por parte de algún eminente psiquiatra a ser posible que no sea argentino. Mourinho se fue y ahora le miramos como a la novia a la que no le supimos dar lo que pedía y que fue a caer en brazos de otro que le andaba susurrando al oído que no la merecíamos. Y nadie puede negar que tenía razón. Queda claro que el duelo les dura a unos más que a otros y en lo que a mí respecta le deseo al portugués que le vaya muy bien aunque él y yo sabemos que ha cambiado la aristocracia por un nuevo rico un poco hortera. Mourinho se fue pero lo que dejó sembrado en el Real Madrid apenas ha salido aun a la superficie pero que no le quepa duda a nadie de que ya germinó.

Acabada la primera era de Mourinho, puso Florentino Pérez la dirección del primer equipo en manos de Carlo Ancelotti, en lo que fue el primer culebrón del verano. Zinedine Zidane ocupa al parecer la dirección deportiva de la entidad y es al mismo tiempo el segundo entrenador del equipo de Ancelotti en una de esas paradojas que sólo pueden ocurrir en el Madrid. Zizou sería al mismo tiempo superior y subordinado del técnico italiano. He pasado muchas horas tratando de descifrar cómo realizará Zidane ese cambio de papeles en medio de una conversación con Ancelotti. Puede que ponga dos voces diferentes, una como jefe y otra como subordinado; quizás tenga siempre a mano un blazer y una corbata o es posible que hayan decidido expresarse en francés cuando Zizou es director y en español cuando es entrenador. Quizás la solución sea mucho más sencilla y el verdadero director deportivo sea Arrigo Sacchi, por poner un ejemplo. Zidane, o Carlo, o Florentino, o vaya usted a saber quién, se pusieron a la tarea de mejorar la plantilla con dos fichajes que concitaron adhesiones inquebrantables de todos los sectores del madridismo. Desde los camisas viejas del underground hasta las redacciones de los principales diarios madridistas antimadridistas. No se recordaba tanta unidad en el madridismo desde la celebración de la Séptima. Isco e Illarramendi más el regreso de Carvajal y la llegada de Jesé  al primer equipo suponían la base de un nuevo proyecto asentado en españoles y canteranos olvidando las tropelías de Mourinho que nos llenó ésto de portugueses que se rifaba media Europa, turcos desconocidos que renunciaban a su sueldo mientras estaban lesionados y tuercebotas como Sami Khedira. Gentuza. Volvía la ilusión y los niños sonreían. Para desgracia de muchos el bueno de Florentino llevaba meses con la calculadora, los estudios de mercado y las estrategias de marketing y había llegado a la conclusión de que se hacía necesario el golpe de efecto que no se iba a conseguir con la contratación de dos jugadores con una mínima cuota de mercado fuera de nuestras fronteras. Considerar al Real Madrid como un equipo únicamente español y vivir permanentemente mirándonos el ombligo no es lo que ha hecho que el club sea a día de hoy el más poderoso del mundo. El fichaje de Gareth Bale es absolutamente esencial desde un punto de vista estratégico y más cuando parte de los derechos de imagen de Cristiano Ronaldo se han ido al limbo de su renovación. Decía hoy mi amigo Jarroson en su crónica del partido: “…acabamos de salir de tres años en los que se ha demostrado que no es necesaria meter a muchos trapecistas en una cuerda para tener un espectáculo más bello.” Olvida Jarro las palabras de Florentino Pérez tras el verano de su rentrée: “Hemos tenido que hacer en un año lo que podríamos haber hecho en tres” y olvida también que durante los últimos tres años el entrenador del Real Madrid era un tal José Mourinho que atraía sobre si el foco mediático de tal forma que no hacía falta mucho ruido más para mantener al Real Madrid en el primer plano de la información a nivel mundial. El Madrid de Lorenzo Sanz ganó dos Copas de Europa y sin embargo tuvo que vender, por ejemplo, a Clarence Seedorf para pagar las nóminas de los jugadores. Y de lo que hizo Ramón Calderón con la herencia económica recibida de la primera etapa de Pérez mejor no hablamos. En lo estrictamente deportivo discutir a Gareth Bale cuando se ensalza a jugadores que han demostrado un millonésima parte de lo que ha demostrado el galés no se entiende. Yo, al menos, no lo entiendo. Y discutir sobre la necesidad o no de contar con uno de los mejores jugadores del mundo me recuerda a lo que se dijo cuando se fichó a Zinedine Zidane. Podemos discutir la necesidad de contratar a un 9 pero eso sólo puede hacerse de forma independiente al fichaje de Bale y cuando pedimos, por ejemplo, a Suarez no conviene olvidar que un jugador de su carácter vistiendo además la camiseta del Real Madrid podría pasarse la mitad de la temporada sancionado.

Llevábamos semanas sin dejar de escuchar y leer que en el primer partido de liga el titular en la portería sería Íker Casillas. “¡Para eso han fichado a Ancelotti!”, rugía la marabunta. Y en los días previos al partido contra el Betis nadie ponía en duda que el muchacho de Móstoles volvería al lugar en el que se supone que debe estar siempre, bajo el larguero, en virtud de unos derechos históricos que alguien debió firmar en una bolsa de pipas. Yo debía ser el único cretino que apostaba por la titularidad de Diego López aunque bien es cierto que lo mío responde a una teoría de la conspiración sin base alguna y que yo mismo he inventado. Que López lo juegue todo para forzar a Casillas a pedir su salida en el mercado de invierno para que no peligre su participación en el Mundial de Brasil. Dicen, no sé si es cierto, que Ancelotti anunció a los jugadores durante la semana que Casillas sería el portero titular pero lo cierto es que a la hora de la verdad el que apareció en la alineación fue el gallego y al capitán, la bandera del madridismo, español y canterano, sólo le faltó decir: “Pues ahora me enfado y no respiro”. Se conformó con la enésima muestra de su total falta de respeto a sus compañeros, al club que le paga y a la afición del Bernabéu que le ha defendido hasta hace bien poco. Casillas no participó en el calentamiento y tuvo que ser Mejías el que realizara la labor habitualmente destinada al portero suplente en el calentamiento del portero titular. De brazos cruzados, en el medio del campo, como un niño chico, quizás escuchó Casillas los pitos de su afición cuando su nombre fue mencionado por megafonía. Como tantas veces, este hecho ha sido convenientemente silenciado por una prensa a la que se le acaban las excusas a la misma velocidad que a nosotros la paciencia. En el debe de Carlo Ancelotti hay que poner que no mandara al capitán a casa después de que éste se negara a realizar su trabajo.


La primera alineación de Ancelotti apenas tuvo sorpresas si descontamos la portería. Ha sido el propio entrenador el que se ha cansado de repetir durante la pretemporada que el objetivo del Madrid era jugar bien al fútbol, bien aleccionado supongo, y en su primer partido oficial llenó el campo de eso que los modernos llaman “fantasistas” y los horteras “jugones”. Fue un desastre. Pepe Mel adelantó la defensa 20 metros y durante la primera parte la mayoría de los ataques del Madrid acababan en las botas de Benzema en fuera de juego, para desesperación de sus groupies y las medias sonrisas de los fans de Higuaín. El cambio de actitud que se esperaba del francés al quedar como único referente en ataque no fue tal y al Bernabéu se le empieza a acabar la paciencia. Dos laterales que son un desastre táctico, dos centrales sin jerarquía alguna, Khedira quedando sólo en la labor de proteger la casa, Modric desubicado y cuatro jugadores arriba a los que no llamó Dios por el camino del sacrificio. Cada pérdida de balón era un susto que afortunadamente el Betis sólo supo aprovechar en una ocasión. Lo peor fue la absoluta falta de organización del equipo en ataque y sobre todo en defensa. Por primera vez en mucho tiempo tenía sentido aquella frase totémica: “El Madrid no juega a nada”. Estoy completamente de acuerdo con lo que hoy decía Percivalesco en Twitter: “Si el Madrid tiene un bloque que viene de jugar a una cosa, no creo que el entrenador sea tan idiota como para no carburarla en función de sus características.” Dejar de lado un estilo de juego que ha funcionado mejor de lo que los resultados de la última temporada pueden hacer suponer sólo para incluir a determinados jugadores que cuentan con el beneplácito de la prensa no parece la manera más inteligente de comenzar una etapa. Y menos cuando se espera la llegada de un crack que se adapta mejor al estilo anterior que a este nuevo que ayer vimos sobre el césped del Bernabéu. Es abandonar el punk para ir a parar directamente a los Nuevos Románticos sin pasar por el after-punk. Te pierdes a Joy Division y a The Cure. Uno esperaba estampidas dobles de Bale y Cristiano y empieza a temer que se va a tener que contentar con taconazos de Isco, subidas sonrientes de Marcelo y “asociaciones” de Benzema. Ganó el Madrid sin lustre alguno con un gol de Isco que le redimió a mi entender de una actuación ciertamente mediocre. Carletto sabrá. Tiempo al tiempo. Nos quedamos, como Vladimiro y Estragón, esperando a Gareth Bale. 

domingo, 28 de julio de 2013

Dick

Hay un instante fatídico en el que la tragedia que parecía lejana y ajena y que tan sólo movía a cierta empatía con el dolor de otros se convierte en propia. La porción de tiempo que ocupa la lectura de un mensaje de Whatsapp basta para cambiarlo todo y que el corazón se encoja. Andábamos enredando con el accidente y sus causas y con el tratamiento dado por la prensa al suceso sin sospechar que entre los hierros retorcidos estaba uno de los nuestros. Uno de los buenos, quizás el mejor aunque ahora suene a elogio manido al que ya se ha ido. Las horas de incertidumbre entre ese mensaje y la confirmación de la muerte de Dick las ocupamos algunos en subir a Twitter las canciones que sabíamos que más le representaban; con las que había bailado, en sus propias palabras, “metiendo culo y sacando morritos”. Cada uno tiene su propia forma de rezar y de enfrentar la tragedia cuando parece pendiente sólo de un milagro que casi nunca llega.

Si dijera que no conocí a Dick mentiría. No lo vi nunca en eso que llaman pomposamente “el mundo real” y sin embargo lo conocía mejor de lo que conozco a la mayoría de los que conviven conmigo a diario. Supongo que a muchos les resultará difícil de entender y, a estas alturas, poco me importa. Santiago Segurola salió horrorizado de Twitter definiéndolo como “un bar de borrachos”. Manuel Jabois ya le contestó con su brillantez habitual pero uno acaba pensando que el bielsista tenía algo de razón. Mi experiencia me dicta que, más que un bar de borrachos, Twitter es una zona de bares. Uno va entrando en todos hasta que un día descubre un bar en el que pinchan la música que a uno le gusta y se queda en él para siempre. Conocí a Dick en ese bar hace ya más de dos años y con él he desayunado, he tomado el vermut, la comida, el café, las cañas, las copas y hasta la última del último after. He vistos los partidos del Madrid de Mourinho y del Madrid de Messina y del de Pablo Laso. Unas olimpiadas. Una Eurocopa. Conciertos de New Order y Noel Gallagher. He despedido años y celebrado cumpleaños. He bajado con él a comprar risketos al chino y he sufrido con él sus “cierres de mes”. Con Dick y con otros, a los que como a él considero mis amigos por encima de definiciones que convendría revisar más pronto que tarde. De carácter vehemente los dos, hemos discutido sobre lo divino y lo humano sin dejarnos palabras en el tintero de la cortesía. Revisando ayer sus tuits encontré la última discusión que tuvimos, a cuenta del atentado de Boston, y descubrí con infinita e íntima satisfacción que quedó zanjada cuando le dije: “Tú y yo no podemos discutir, Dick”. Era tanto lo que nos unía que carecía de sentido enzarzarse en estériles discusiones sobre acontecimientos sobre los que nada sabíamos en realidad. Lo nuestro era el Real Madrid, el northern soul, el revival mod, Mourinho y Sir Alex, los Boston Celtics, el sonido Manchester y el Brit pop, el baloncesto FIBA de hombres de pelo en pecho y Drazen, los bares, los clubes, los afters, las mujeres que amamos y las que íbamos a amar y Zooey Deschanel.

Algunos tienen la idea de que los tuiteros somos una masa de frikis sin amigos que disfrazan en la red social sus carencias afectivas y sociales. Seguramente haya de esos pero los que yo conozco y yo mismo no somos sino nostálgicos del bar y la pandilla. Y de un tiempo en el que la juventud nos permitía vivir siempre en el exterior ajenos a las responsabilidades y los horarios. El tiempo de los bares frente a la facultad, los amigos del fin de semana y las largas vacaciones de verano en las que todos los días eran sábado. Encontramos en Twitter la manera de pasarnos la vida en el bar cuando ya no podemos pasar la vida en el bar. Encontramos en Twitter aquel bar al que siempre podías dirigirte, cuando salía mal una cita o decidías echarte a la calle a última hora, sabiendo que encontrarías allí a tus amigos. A Dick lo podías encontrar casi siempre en el bar, destilando ingenio en botellitas de 140 caracteres, repartiendo bilis entre los tontos, discutiendo con Koji y Favelas o encerrado en el DM con alguna muchacha bien parecida. En Dick veíamos una actitud descarada, nerviosa y febril que lo emparentaba con los work-class-heroes que tanto amaba, siendo la conciencia de clase de Dick únicamente de orden estético y nunca político. Veíamos una arrogancia de la que descendía lentamente como el riff final de un medio tiempo pop. Dick era pop. Cada uno de sus tuits era una píldora de entusiasmo juvenil y optimismo vital salpimentados a veces de cierta amargura nostálgica. Y el ingenio del que estaban repletos era tan habitual que en ocasiones pasaban desapercibidos hasta el punto de que con las caras b de los singles de Dick podríamos hacer uno de los mejores discos de todos los tiempos. Noel y Mourinho. Mourinho y Noel. La Santísima Dualidad en la que se asentaba el paganismo pop en que consistía la religiosidad de Dick. Noel era Dios y Mourinho era Dios. Dos personas distintas y un sólo Dios verdadero. “Solo creo en Mourinho y en Noel Gallagher. Y ninguno es español”. Una dualidad que se vio aumentada con la llegada al gobierno de Luis de Guindos y el intento, nada exitoso por cierto, de Dick de convertirnos a todos al “deguindismo”. “Ahora mismo están en suelo español Noel Gallagher, Mourinho y De Guindos. No os olvidéis de este momento nunca”. A Dick le gustaban los trajes de corte impecable del Ministro de Economía y que metiera palabras en inglés en sus comparecencias y lo convirtió en mito. Junto a esos dioses todopoderosos habitaban el Walhalla de Dick dioses menores que iban de Petrovic a Khedira pasando por Bird o Ray Davies. Trasteando desde el viernes entre sus tuits encontré uno que no vi en su momento y que llevo bordado ahora en la negra parca que cubre mi alma estos días como si fuera la escarapela de la RAF. Y una escarapela de la RAF ha sido la corona de flores que tan acertadamente eligió Luis Espuny para homenajear a Dick en nombre de todo el Madridismo Underground. Porque esa era la etiqueta que prefería Dick sabiéndose miembro fundador de un movimiento nacido en las catacumbas de Fans del Madrid y al que otros llegamos de rebote provocando no pocas veces que Dick nos mirara, con razón, como simples advenedizos. Dick escribió la mejor definición que se haya hecho nunca del mourinhismo: "el mourinhismo es no deberle nada a nadie" y como él no le debía nada a nadie pudo mantener siempre una independencia que quizás otros muchos perdimos en algún momento. Es por eso que el TL de Dick en Twitter es la mejor manera de entender esos años que ayer mencionaba David Gistau en su conmovedor obituario en ABC. Esa columna de David me hizo recordar, y creo que él la habrá recordado estos días también, una conversación nocturna entre los tres a colación de un artículo de Gistau sobre Obús y que había causado en mí y, sobre todo en Dick, una gran desazón. Acabado el intercambio de tuits, David tuvo a bien enviarme un mensaje directo: "Te voy a contar un secreto. Cuéntaselo a Van Palomaain pero a nadie más, que bastante tengo con lo que tengo". Transmitido el secreto, que quedará para siempre entre los tres, recibí la contestación de Dick, tan suya, "menos mal, macho, ahora ya puedo irme a dormir tranquilo". Genio y figura.

Me perdonará Dick, puede que no, si elijo para despedirle el estribillo de una canción de The Kinks y no una de Oasis. Canción que define, en mi opinión, mejor que ninguna otra el espíritu que animaba a Dick y que lo hacía único e irrepetible. Juan Antonio Palomino, Van Palomaain para los siglos, Dick, amigo, nos veremos pronto.

And I don't want to ball about like everybody else,
And I don't want to live my life like everybody else,
And I wont say that I feel fine like everybody else,
Cause Im not like everybody else,

Im not like everybody else.

martes, 21 de mayo de 2013

Los años de Mourinho (I)


Fue una segunda adolescencia. Un recuperar el gusto por el fútbol y sus calles adyacentes que habíamos perdido en medio de carruseles, sanedrines y programas de madrugada con olor a naftalina y coñac barato. Volvimos a ser jóvenes airados, chicos rebeldes, beatniks en un Frisco virtual con compañeros de viaje que íbamos encontrando en el camino. Había llegado José Mourinho para abrir las ventanas y regenerar el aire viciado y espeso, grasa y sudor, perfumes de droguería y palillos en la comisura de los labios. Veníamos de un fútbol funcionarial y triste, atenazado por las convenciones, secuestrado por gañanes a las órdenes de señoritos con intereses espurios. Veníamos de un madridismo acogotado y triste, que rumiaba las derrotas más indecorosas y vivía las victorias con vergüenza y sentimiento de culpa. Mourinho nos hizo recuperar el orgullo, la historia y las esencias verdaderas alejadas de los falsos profetas de un señorío impostado que no perteneció jamás al Real Madrid. “Señorío es morir en el campo y no filosofía barata”. José Mourinho traspasó lo futbolístico y puso a todo un país frente al espejo. Y vimos un país anclado aún en los mismos vicios del pasado, con sus mismas miserias y defectos. La España de la envidia y la molicie, de la soberbia mal entendida y la humildad más falsa, la del conchaveo y el amiguismo, la de un patrioterismo asentado en la ignorancia y el odio al diferente. Hemos pasado del “que inventen ellos” al “no hace falta que vengan de fuera a inventar nada”. Es el casticismo del casticismo. Mourinho fue el pedal de distorsión en una melodía que ya sonaba rancia, la granada sin anilla en el agujero del culo de los mediocres, el hombre nuevo en un reino de porteras. Y también hubo fútbol. Claro que hubo fútbol. Tormentas eléctricas de fútbol salvaje. Riadas de fútbol primitivo que nacía extrañamente de sofisticadas estrategias. Fútbol frenético que desesperaba a los realizadores de televisión. Fútbol en cascada, bucles de fútbol, viento huracanado de fútbol, bombardeos psicópatas de fútbol. Violenta velocidad y armonía en el caos. Fueron años de sensaciones y piel. De matildismo y malditismo a partes iguales. El adiós de Rimbaud.

“Sí, la nueva hora es al menos muy severa.
 Ya que puedo decir que he alcanzado la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros llenos de pestes se calman. Todos los recuerdos inmundos se borran.
Hay que ser absolutamente moderno”.

martes, 30 de abril de 2013

Amancio


Antes de que nos robaran el fútbol las únicas cifras que importaban eran las que aparecían en los marcadores con sus rectángulos de cartón-piedra, nadie medía la longitud de las briznas de hierba ni la cantidad de pases seguidos que era capaz de dar un equipo y los highlights se almacenaban en la memoria colectiva en vez de en servidores de San Bruno-California y se transmitían de generación en generación como romances antiguos de la boca de los mayores a los oídos de los niños. No había carrileros, ni medioscentros, ni trescuartistas y todos los delanteros eran de verdad y los porteros estaban locos. Era un fútbol de domingo tarde, cambio de cromos y transistores. Los futbolistas eran nada más y nada menos que futbolistas y dejaban los sermones para los párrocos de misa de doce. Era un fútbol sentimental y básico en el que se cimentaban pasiones que sólo tenían que ver con el propio fútbol. Amancio Amaro perteneció a una de las últimas generaciones de futbolistas que no necesitaron taparse la boca para hablar en un campo por miedo a los lectores de labios y leemos su nombre en los papeles con la voz grave del abuelo que nos relató su mito en noches de Copa de Europa y mesa camilla.
“Amancio jugará en el Real Madrid, fichadlo”, cuentan que dijo Santiago Bernabéu a sus directivos que no parecían muy convencidos de soltar los 10 millones de pesetas de la época que costaba traer de La Coruña a un joven de 22 años sin experiencia en las grandes citas europeas y Amancio fichó tranquilo o eso dijo. Nacido para el fútbol en un equipo llamado Victoria su destino no podía ser otro que el Real Madrid. Era el momento de una renovación necesaria de un equipo que había conseguido que el fútbol quedara definido como un juego que inventaron los ingleses para que el Real Madrid lo hiciera leyenda. De vuelta a Manchester, tras ver un partido del Real Madrid en el Bernabéu, Matt Busby no pudo contener el entusiasmo y reunió a sus jugadores en el vestuario de Old Trafford para decirles: “Boys, they’re playing a different game over there in the continent. We’ve got to get involved”. Aquel Madrid dejó un legado de victoria y un estilo de fútbol directo y vertical, sin atajos, como correspondía a un equipo de saetas, galernas y cañones al que Bernabéu quiso añadir un brujo para que continuara el hechizo. Eso vio Santiago Bernabéu en Amancio Amaro, ese mismo fútbol sincero y sin ambages, que sólo conoce un destino, que sólo ambiciona un objetivo. El Real Madrid es una religión en la que la paciencia es pecado. Amancio era la gambeta acerada y la velocidad consciente, la magia galaica y brumosa, el temperamento de la marejada atlántica. Llegó a tiempo de compartir vestuario con aquellos mitos blancos y de ellos aprendió cual es el espíritu del Real Madrid, su esencia, su sino y su grandeza y acabó también convertido en mito. Con ellos perdió una final de la Copa de Europa, frente al Inter de Helenio Herrera y Luis Suárez, en lo que fue la despedida de Di Stéfano y de un tiempo inolvidable. Dos años más tarde se encargaría el propio Amancio de cerrar definitivamente un ciclo legendario con un gol en Bruselas contra el Partizan de Belgrado que sirve para ilustrar su libro de estilo y que le dio al Madrid una Sexta Copa de Europa que fue la última hasta hace bien poco. Un desmarque fulgurante, dos quiebros violentos y un toque sutil. Un gol que debería ser icono de la forma de entender el juego que acompañaba a Amancio Amaro y también al Real Madrid desde sus inicios. “La belleza del fútbol está más bien en el jugador que mata sus deseos de correr la pólvora y va desnudo a la velocidad”, escribió el olvidado Jacinto Miquelarena que distinguía lo perpendicular de lo barroco, la sobriedad de la pirotecnia. La magia de Amancio tenía un objetivo más allá de la estética vacía. Sus regates de bruixo eran salidas para continuar hacia un objetivo que no era otro que el gol. 14 temporadas en el Real Madrid, 1 Copa de Europa, 9 Ligas, 3 Copas de España, 2 veces Pichichi, 1 Bota de Bronce y una Eurocopa, ahora olvidada, de cuando España aún se llamaba España y no La Roja.
Nunca se escondió Amancio de los defensas que se cobraron en sus piernas la misma falta de piedad que él demostró por sus cinturas. Jamás pudo, ni quiso, dejar de arriesgar su físico. En aquél fútbol no existía el rival que le cediera un centímetro de césped sin armar la bota. Y no salía el Platini de turno a proteger de los defensas inclementes la magia del Balón de Bronce de cuando no los elegía el seleccionador de Qatar. Por valentía, la carrera de Amancio es el camino que lleva del catalán Torrens al paraguayo Fernández. En febrero de 1965, Torrens, en el Camp Nou, le mandó siete meses de la clínica al gimnasio porque “no había otra forma de pararle”. La prensa catalana acusó a Amancio de cuentista mientras su jugador se iba de rositas. En Junio de 1974, Fernández pareció que había conseguido retirarle del fútbol, en Granada. Una entrada salvaje por encima de la rodilla consiguió romperle el músculo cuádriceps. Al paraguayo le cayeron veinticuatro partidos de sanción. La cirugía y la férrea voluntad del gallego le devolvieron a los terrenos de juego hasta su retirada en 1976.
Como entrenador nos legó una generación de jugadores que en justicia debió llamarse “Los Niños de Amancio” y que incomprensiblemente acabó siendo conocida como “La Quinta del Buitre”. Los números y los datos sirven de poco para expresar el legado de Amancio Amaro pero conviene que las nuevas generaciones de madridistas sepan quiénes fueron y qué hicieron los hombres que convirtieron al Real Madrid en una leyenda viva y que no deben quedar olvidados en los archivos polvorientos del NO-DO. Deben ser sus voces y no otras las que nos hablen de la historia que ellos mismos construyeron, del espíritu que animó sus vidas deportivas y de la realidad de un club que se reinventa en la modernidad para recuperar su esencia. Amancio Amaro, El Brujo, mito viviente de una época en la que se cimentó una leyenda eterna.

(Escrito en colaboración con Manuel Matamoros para Primavera Blanca. http://www.primaverablanca.com/ )