Uno iba al Nuevo Estadio José Zorrilla siendo niño a ver a
Pato Yañez, a Da Silva y al Loco Fenoy, un portero que jugaba de libre y tiraba
los penaltis, y se encontraba con Delibes en la tribuna principal. Como en
aquel tiempo lo más parecido a un ordenador eran las calculadoras y la única
consola que conocíamos era el mueble del pasillo en el que dejábamos las llaves
ya habíamos leído El Camino y mirábamos a aquel hombre enjuto con la misma
adoración que a aquellos jugadores que nos hacían ir los domingos a pasar frío
cuando los fondos aún no estaban cerrados y corría el aíre del páramo
acuchillando nuestras caras. “El Mochuelo” era por aquel entonces nuestro
Holden Caulfield rural y cantábrico hasta que descubrimos al otro y empezamos a
soñar con rascacielos y a preguntarnos a dónde van los patos de Central Park
cuando se hiela el lago. En aquel estadio vio uno ganar al Valladolid el único
título que adorna su vitrina y que apenas luce porque aquella competición de la
Copa de la Liga se dejó de jugar enseguida. Vio uno debutar a Eusebio, a
Torrecilla, a Juan Carlos, a Fonseca y al recientemente fallecido Manolo Peña.
Vio uno jugar a Fernando Hierro con el Valladolid Promesas y dormitó en la grada
durante la breve estancia de Pacho Maturana, del sopor de cuyo juego sólo nos
desperezaba alguna locura de René Higuita.
Delibes escribió mucho y bien de fútbol y algunos comparan
su contribución intelectual a este deporte con las de Camus y Montherlant, sin
el contenido épico de estos, diría yo. En respuesta a unas declaraciones de Di
Stefano publicó La Misión del Entrenador, cuyo contenido podemos resumir en una
frase: “El alma de un equipo es el alma de su entrenador”. Don Miguel sentía
verdadera devoción por Helenio Herrera y esa forma especial que tenía de
entender el fútbol y no deja de resultar chocante que la exuberancia retórica y
gestual de Herrera le resultara tan atractiva al recio y estoico castellano
viejo. El Valladolid fue el primer equipo español del que se hizo cargo HH y de
aquella época tiene palabras Umbral que dichas ahora podríamos aplicar a José
Mourinho. “La vida de Helenio en Valladolid no fue nada tranquila, sino que
siempre vivió el escándalo deportivo, porque perdía o porque ganaba, y otros
escándalos más secretos, concéntricos al principal y llenos de sederías y
ambigüedad”. No conviene añadir más.
Vimos el sábado un partido de fútbol de los que le hubiera
gustado ver a Delibes, que ya en los 80 se adelantaba a lo que después vendría
y que nos han vendido como el único fútbol que merece ser considerado como tal.
“El fútbol español de hoy resulta pueril, enjuto e inoperante. La cabriola, el
regate en corto, el pasecito horizontal, la triangulación del juego en el
centro del terreno no conducen a nada práctico». Se enfrentaban dos equipos de
autor, creados a imagen y semejanza de sus entrenadores, y se propuso un
partido serio y sincero. El otrora denostado Manucho, aquel que prometiera 30
goles por temporada a su llegada a Valladolid, marcó dos veces a la salida de
sendos corners ante la pasividad de un Casilla que prefirió las dos veces
quedarse a la abrigada de los tres palos en vez de salir a poner orden en aquel
caos. Entre ambos goles aprovechó Callejón un fallo de la defensa pucelana para
asistir a Benzema y volvió a empatar Özil tras una jugada que me trajo a la
mente el verso de Guillén que inspirara a Chillida: “Lo profundo es el aíre. La
realidad me inventa, Soy su leyenda. ¡Salve!”. Ante las dificultades planteadas
tuvo que sacar Mourinho un conejo tras otro de la chistera provocando la
indignación de los plumillas que hubieran preferido una derrota que colocara de
nuevo al portugués en la picota. Volvió a ser Mesut el que cerrara el partido
con un lanzamiento magistral de falta que esperemos le despierte definitivamente
de ese trance sufítico en el que lo encontramos demasiadas veces.
A este Madrid del todo o nada le viene bien la frase futbolística
de Montherlant en Las Olímpicas: “Es correcto, es saludable, sentir que mañana
podemos o nos pueden matar. En las manos de la vida amenazada podemos encontrar
un cuerno de la abundancia. Mirar, amar, poseer siempre como si fuese la última
vez. «¡Más tarde!» murmura la esperanza, que es la voluntad de los débiles.
Pero no hay un más tarde y por ello se hacen las cosas. Hay un instante. ¡Que
sea mío!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario