viernes, 21 de septiembre de 2012

Übermensch


Los años de Guardiola al frente del Barcelona situaron el fútbol en eso que Francis Fukuyama llamó “el fin de la historia”. Parecía que, tomando palabras del propio Fukuyama, los equipos  actuales y futuros no pudieran, salvo manifestaciones limitadas y menores de disidencia, jugar ni actuar con otro modelo que no fuera el del guardiolismo.  Esa mezcla táctico-ideológica que logró un triunfo incontestable sobre los terrenos de juego y sobre todo en el imaginario colectivo. A Fukuyama la teoría geo-política se le vino abajo junto con las Torres Gemelas y con Guardiola terminó algo que curiosamente algunos también han calificado de yihad. El Madrid de Mourinho encabezó esa disidencia que acabó por no ser ni tan menor ni tan limitada como se auguraba. Después de una liga arrancada de los brazos del “mejor equipo de todos los tiempos” y con jugadores que además fueron después campeones de Europa con “el mejor equipo de la historia”, el inicio lamentable en la competición de liga actual parecía solamente eso que llaman post-coital tristesse. Tan sólo durante media hora del partido de vuelta de la Supercopa mostró el Madrid las virtudes que le hicieron llevarse el año pasado el título con record de puntos y goles. Incluso ese partido mostró carencias preocupantes de espíritu cuando, pudiendo rematar a un irreconocible Barcelona y sumirlo en una melancolía de la que le hubiera costado salir, dieron un paso atrás y acabaron pidiendo la hora.

No pareció, sin embargo, preocupante el inicio de liga pues a pesar del mal juego todos los partidos se pudieron saldar con victoria blanca a poco que Higuaín hubiera enderezado la mira de la escopeta de feria y Casillas hubiera hecho el milagro de no cometer errores, que es el único milagro que se le pide. Comenzó la preocupación tras el terrible partido contra el Sevilla sobre todo tras descubrir que teníamos a Cristiano como “A Brasileira”, aquel café de Lisboa en el que se le murió a Pessoa una novia y que durante el luto lució en la puerta: “Cerrado por tristeza”. Fue el pistoletazo de salida de un nuevo aquelarre demagógico y xenófobo realizado en las portadas de los periódicos, las ondas y hasta el prime time de la televisión de Belén Esteban. Calló Cristiano aunque uno le hubiera recomendado que usara las palabras del poeta.

“Yo no me quejo del mundo. No protesto en nombre del universo. No soy pesimista. Sufro y me quejo, pero no sé si lo que hay de malo es el sufrimiento, ni sé si es humano sufrir. ¿Qué me importa saber si eso es cierto o no? Sufro, y no sé si merecidamente. Yo no soy pesimista. Estoy triste”.

La Copa de Europa es el prozac habitual para el Madrid en estas ocasiones y llegaba el Manchester City al Bernabeu con el título de la liga del país que inventó el fútbol. Salió el Madrid al campo con la alineación que marcaba la lógica para cualquier persona con dos dedos de frente y fue inmediatamente descalificada por los de siempre. Los que hubieran preferido un centro del campo repleto de eso que llaman jugones a los que Touré Yaya, ese hombre que podría trabajar lo mismo en el taller de un orfebre que en una empresa de demoliciones, se pudiera comer con alguna salsa marfileña para que la crisis del Madrid engordara y Mourinho estuviera un poco más cerca de la frontera. Afortunadamente el plan del portugués resultó como debía y, una vez más, la desconcertante mala puntería de Higuaín evitó que el Madrid se fuera al descanso con un resultado tranquilizador. El debutante Essien, que mostró que su conocimiento del juego puede hacer que sus problemas físicos no resulten determinantes, y Khedira actuaron como guardia de corps de Alonso que tuvo el tiempo que necesita para pensar y adelantaron la presión dejando al City reducido a las arrancadas de Touré y a la representación de danza contemporánea de Silva que pareció muy del agrado del piperío, muy partidario de estas manifestaciones artísticas de la nada cuando los que las realizan son los de fuera. Desmontada la idea inicial debido a la urgencia del momento llegó el primer gol del City en una contra que terminó con Casillas jugando a las películas con Dzeco que no acertó el título pero anotó el gol. Con Özil y Modric ya en el campo, marcó Marcelo el empate que un nuevo error de Casillas dejó en nada permitiendo a Kolarov marcar un gol inesperado que abrió el grifo de tribuneros escaleras arriba para evitarse la aglomeración y el atasco. Descendió de los Cielos, sin embargo, Benzema que marcó el empate tras una maniobra de ballet clásico que dejó en ridículo la danza inane de Silva en la primera parte. Comenzaron entonces minutos hermosamente terribles de Madrid kirijini que terminaron con Cristiano sacudiéndose la saudade de un zapatazo que sorprendió a Hart, el único hombre para el que podemos considerar que “portero inglés” no es un oxímoron.

Llegó entonces la imagen. Rugió el Bernabéu tras el gol del  Übermensch, desatada la locura, mientras el gran capitán, el madridista entre los madridistas, el novio de España, permanecía impertérrito, los brazos en jarras. Muchas han sido las críticas recibidas por Casillas por la desidia en la celebración. Injustas todas. Iker no celebró el gol de la agónica victoria porque ya no estaba. Se había ido tras el gol del Kolarov, acompañando a los suyos, camino de los vomitorios. De esos se acordó Mourinho en una rueda de prensa en la que apareció con Kalashnikov y en la que sólo le faltó citar a Zarathustra en su definición nietzcheana del señorío madridista frente a la superchería pipera y periodística.

“¡Mirad, yo os enseño el superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!”

 Volvió Mourinho, abandonado el inservible perfil bajo, y volvió el fútbol, la guerra y la vida. A joderse, cretinos.