Hay un instante fatídico en el que la tragedia que parecía
lejana y ajena y que tan sólo movía a cierta empatía con el dolor de otros se
convierte en propia. La porción de tiempo que ocupa la lectura de un mensaje de
Whatsapp basta para cambiarlo todo y que el corazón se encoja. Andábamos
enredando con el accidente y sus causas y con el tratamiento dado por la prensa
al suceso sin sospechar que entre los hierros retorcidos estaba uno de los
nuestros. Uno de los buenos, quizás el mejor aunque ahora suene a elogio manido
al que ya se ha ido. Las horas de incertidumbre entre ese mensaje y la
confirmación de la muerte de Dick las ocupamos algunos en subir a Twitter las
canciones que sabíamos que más le representaban; con las que había bailado, en
sus propias palabras, “metiendo culo y sacando morritos”. Cada uno tiene su
propia forma de rezar y de enfrentar la tragedia cuando parece pendiente sólo
de un milagro que casi nunca llega.
Si dijera que no conocí a Dick mentiría. No lo vi nunca en
eso que llaman pomposamente “el mundo real” y sin embargo lo conocía mejor de
lo que conozco a la mayoría de los que conviven conmigo a diario. Supongo que a
muchos les resultará difícil de entender y, a estas alturas, poco me importa.
Santiago Segurola salió horrorizado de Twitter definiéndolo como “un bar de
borrachos”. Manuel Jabois ya le contestó con su brillantez habitual pero uno
acaba pensando que el bielsista tenía algo de razón. Mi experiencia me dicta
que, más que un bar de borrachos, Twitter es una zona de bares. Uno va entrando
en todos hasta que un día descubre un bar en el que pinchan la música que a uno
le gusta y se queda en él para siempre. Conocí a Dick en ese bar hace ya más de
dos años y con él he desayunado, he tomado el vermut, la comida, el café, las
cañas, las copas y hasta la última del último after. He vistos los partidos del
Madrid de Mourinho y del Madrid de Messina y del de Pablo Laso. Unas
olimpiadas. Una Eurocopa. Conciertos de New Order y Noel Gallagher. He
despedido años y celebrado cumpleaños. He bajado con él a comprar risketos al
chino y he sufrido con él sus “cierres de mes”. Con Dick y con otros, a los que
como a él considero mis amigos por encima de definiciones que convendría
revisar más pronto que tarde. De carácter vehemente los dos, hemos discutido
sobre lo divino y lo humano sin dejarnos palabras en el tintero de la cortesía.
Revisando ayer sus tuits encontré la última discusión que tuvimos, a cuenta del
atentado de Boston, y descubrí con infinita e íntima satisfacción que quedó
zanjada cuando le dije: “Tú y yo no podemos discutir, Dick”. Era tanto lo que
nos unía que carecía de sentido enzarzarse en estériles discusiones sobre
acontecimientos sobre los que nada sabíamos en realidad. Lo nuestro era el Real
Madrid, el northern soul, el revival mod, Mourinho y Sir Alex, los Boston
Celtics, el sonido Manchester y el Brit pop, el baloncesto FIBA de hombres de
pelo en pecho y Drazen, los bares, los clubes, los afters, las mujeres que
amamos y las que íbamos a amar y Zooey Deschanel.
Algunos tienen la idea de que los tuiteros somos una masa de
frikis sin amigos que disfrazan en la red social sus carencias afectivas y
sociales. Seguramente haya de esos pero los que yo conozco y yo mismo no somos
sino nostálgicos del bar y la pandilla. Y de un tiempo en el que la juventud
nos permitía vivir siempre en el exterior ajenos a las responsabilidades y los
horarios. El tiempo de los bares frente a la facultad, los amigos del fin de
semana y las largas vacaciones de verano en las que todos los días eran sábado.
Encontramos en Twitter la manera de pasarnos la vida en el bar cuando ya no podemos
pasar la vida en el bar. Encontramos en Twitter aquel bar al que siempre podías
dirigirte, cuando salía mal una cita o decidías echarte a la calle a última
hora, sabiendo que encontrarías allí a tus amigos. A Dick lo podías encontrar
casi siempre en el bar, destilando ingenio en botellitas de 140 caracteres,
repartiendo bilis entre los tontos, discutiendo con Koji y Favelas o encerrado
en el DM con alguna muchacha bien parecida. En Dick veíamos una actitud
descarada, nerviosa y febril que lo emparentaba con los work-class-heroes que
tanto amaba, siendo la conciencia de clase de Dick únicamente de orden estético
y nunca político. Veíamos una arrogancia de la que descendía lentamente como el
riff final de un medio tiempo pop. Dick era pop. Cada uno de sus tuits era una
píldora de entusiasmo juvenil y optimismo vital salpimentados a veces de cierta
amargura nostálgica. Y el ingenio del que estaban repletos era tan habitual que
en ocasiones pasaban desapercibidos hasta el punto de que con las caras b de los
singles de Dick podríamos hacer uno de los mejores discos de todos los tiempos.
Noel y Mourinho. Mourinho y Noel. La Santísima Dualidad en la que se asentaba
el paganismo pop en que consistía la religiosidad de Dick. Noel era Dios y
Mourinho era Dios. Dos personas distintas y un sólo Dios verdadero. “Solo creo en Mourinho y en Noel Gallagher.
Y ninguno es español”. Una dualidad que se vio aumentada con la llegada al
gobierno de Luis de Guindos y el intento, nada exitoso por cierto, de Dick de
convertirnos a todos al “deguindismo”. “Ahora
mismo están en suelo español Noel Gallagher, Mourinho y De Guindos. No os
olvidéis de este momento nunca”. A Dick le gustaban los trajes de corte
impecable del Ministro de Economía y que metiera palabras en inglés en sus
comparecencias y lo convirtió en mito. Junto a esos dioses todopoderosos
habitaban el Walhalla de Dick dioses menores que iban de Petrovic a Khedira
pasando por Bird o Ray Davies. Trasteando desde el viernes entre sus tuits
encontré uno que no vi en su momento y que llevo bordado ahora en la negra
parca que cubre mi alma estos días como si fuera la escarapela de la RAF. Y una
escarapela de la RAF ha sido la corona de flores que tan acertadamente eligió
Luis Espuny para homenajear a Dick en nombre de todo el Madridismo Underground.
Porque esa era la etiqueta que prefería Dick sabiéndose miembro fundador de un
movimiento nacido en las catacumbas de Fans del Madrid y al que otros llegamos
de rebote provocando no pocas veces que Dick nos mirara, con razón, como
simples advenedizos. Dick escribió la mejor definición que se haya hecho nunca
del mourinhismo: "el mourinhismo es no deberle nada a nadie" y como
él no le debía nada a nadie pudo mantener siempre una independencia que quizás
otros muchos perdimos en algún momento. Es por eso que el TL de Dick en Twitter
es la mejor manera de entender esos años que ayer mencionaba David Gistau en su
conmovedor obituario en ABC. Esa columna de David me hizo recordar, y creo que
él la habrá recordado estos días también, una conversación nocturna entre los
tres a colación de un artículo de Gistau sobre Obús y que había causado en mí
y, sobre todo en Dick, una gran desazón. Acabado el intercambio de tuits, David
tuvo a bien enviarme un mensaje directo: "Te voy a contar un secreto.
Cuéntaselo a Van Palomaain pero a nadie más, que bastante tengo con lo que
tengo". Transmitido el secreto, que quedará para siempre entre los tres,
recibí la contestación de Dick, tan suya, "menos mal, macho, ahora ya
puedo irme a dormir tranquilo". Genio y figura.
Me perdonará Dick, puede que no, si elijo para despedirle el
estribillo de una canción de The Kinks y no una de Oasis. Canción que define,
en mi opinión, mejor que ninguna otra el espíritu que animaba a Dick y que lo
hacía único e irrepetible. Juan Antonio Palomino, Van Palomaain para los
siglos, Dick, amigo, nos veremos pronto.
And I don't want to ball about like everybody else,
And I don't
want to live my life like everybody else,
And I wont
say that I feel fine like everybody else,
Cause Im
not like everybody else,
Im not like
everybody else.