martes, 20 de agosto de 2013

Esperando a Bale


La nostalgia del Ausente que anunciara Gistau se ha convertido en una competición por ver quien tiene el mourinhismo más grande. Lo que un día llamamos mourinhismo se ha convertido en la UCD de Adolfo Suarez o El pico de las viudas que retratara John Irving. Hay que decir, no obstante, que para viudas compungidas las del periodismo patrio que no dejan de recordarme a aquella del sketch más políticamente incorrecto de Martes y 13 y que gemía desconsolada ante el ataúd de su marido: “¡Ay, Pepe, quién me va a pegar a mí ahora!”. La obsesión de muchos de estos individuos merecería un estudio por parte de algún eminente psiquiatra a ser posible que no sea argentino. Mourinho se fue y ahora le miramos como a la novia a la que no le supimos dar lo que pedía y que fue a caer en brazos de otro que le andaba susurrando al oído que no la merecíamos. Y nadie puede negar que tenía razón. Queda claro que el duelo les dura a unos más que a otros y en lo que a mí respecta le deseo al portugués que le vaya muy bien aunque él y yo sabemos que ha cambiado la aristocracia por un nuevo rico un poco hortera. Mourinho se fue pero lo que dejó sembrado en el Real Madrid apenas ha salido aun a la superficie pero que no le quepa duda a nadie de que ya germinó.

Acabada la primera era de Mourinho, puso Florentino Pérez la dirección del primer equipo en manos de Carlo Ancelotti, en lo que fue el primer culebrón del verano. Zinedine Zidane ocupa al parecer la dirección deportiva de la entidad y es al mismo tiempo el segundo entrenador del equipo de Ancelotti en una de esas paradojas que sólo pueden ocurrir en el Madrid. Zizou sería al mismo tiempo superior y subordinado del técnico italiano. He pasado muchas horas tratando de descifrar cómo realizará Zidane ese cambio de papeles en medio de una conversación con Ancelotti. Puede que ponga dos voces diferentes, una como jefe y otra como subordinado; quizás tenga siempre a mano un blazer y una corbata o es posible que hayan decidido expresarse en francés cuando Zizou es director y en español cuando es entrenador. Quizás la solución sea mucho más sencilla y el verdadero director deportivo sea Arrigo Sacchi, por poner un ejemplo. Zidane, o Carlo, o Florentino, o vaya usted a saber quién, se pusieron a la tarea de mejorar la plantilla con dos fichajes que concitaron adhesiones inquebrantables de todos los sectores del madridismo. Desde los camisas viejas del underground hasta las redacciones de los principales diarios madridistas antimadridistas. No se recordaba tanta unidad en el madridismo desde la celebración de la Séptima. Isco e Illarramendi más el regreso de Carvajal y la llegada de Jesé  al primer equipo suponían la base de un nuevo proyecto asentado en españoles y canteranos olvidando las tropelías de Mourinho que nos llenó ésto de portugueses que se rifaba media Europa, turcos desconocidos que renunciaban a su sueldo mientras estaban lesionados y tuercebotas como Sami Khedira. Gentuza. Volvía la ilusión y los niños sonreían. Para desgracia de muchos el bueno de Florentino llevaba meses con la calculadora, los estudios de mercado y las estrategias de marketing y había llegado a la conclusión de que se hacía necesario el golpe de efecto que no se iba a conseguir con la contratación de dos jugadores con una mínima cuota de mercado fuera de nuestras fronteras. Considerar al Real Madrid como un equipo únicamente español y vivir permanentemente mirándonos el ombligo no es lo que ha hecho que el club sea a día de hoy el más poderoso del mundo. El fichaje de Gareth Bale es absolutamente esencial desde un punto de vista estratégico y más cuando parte de los derechos de imagen de Cristiano Ronaldo se han ido al limbo de su renovación. Decía hoy mi amigo Jarroson en su crónica del partido: “…acabamos de salir de tres años en los que se ha demostrado que no es necesaria meter a muchos trapecistas en una cuerda para tener un espectáculo más bello.” Olvida Jarro las palabras de Florentino Pérez tras el verano de su rentrée: “Hemos tenido que hacer en un año lo que podríamos haber hecho en tres” y olvida también que durante los últimos tres años el entrenador del Real Madrid era un tal José Mourinho que atraía sobre si el foco mediático de tal forma que no hacía falta mucho ruido más para mantener al Real Madrid en el primer plano de la información a nivel mundial. El Madrid de Lorenzo Sanz ganó dos Copas de Europa y sin embargo tuvo que vender, por ejemplo, a Clarence Seedorf para pagar las nóminas de los jugadores. Y de lo que hizo Ramón Calderón con la herencia económica recibida de la primera etapa de Pérez mejor no hablamos. En lo estrictamente deportivo discutir a Gareth Bale cuando se ensalza a jugadores que han demostrado un millonésima parte de lo que ha demostrado el galés no se entiende. Yo, al menos, no lo entiendo. Y discutir sobre la necesidad o no de contar con uno de los mejores jugadores del mundo me recuerda a lo que se dijo cuando se fichó a Zinedine Zidane. Podemos discutir la necesidad de contratar a un 9 pero eso sólo puede hacerse de forma independiente al fichaje de Bale y cuando pedimos, por ejemplo, a Suarez no conviene olvidar que un jugador de su carácter vistiendo además la camiseta del Real Madrid podría pasarse la mitad de la temporada sancionado.

Llevábamos semanas sin dejar de escuchar y leer que en el primer partido de liga el titular en la portería sería Íker Casillas. “¡Para eso han fichado a Ancelotti!”, rugía la marabunta. Y en los días previos al partido contra el Betis nadie ponía en duda que el muchacho de Móstoles volvería al lugar en el que se supone que debe estar siempre, bajo el larguero, en virtud de unos derechos históricos que alguien debió firmar en una bolsa de pipas. Yo debía ser el único cretino que apostaba por la titularidad de Diego López aunque bien es cierto que lo mío responde a una teoría de la conspiración sin base alguna y que yo mismo he inventado. Que López lo juegue todo para forzar a Casillas a pedir su salida en el mercado de invierno para que no peligre su participación en el Mundial de Brasil. Dicen, no sé si es cierto, que Ancelotti anunció a los jugadores durante la semana que Casillas sería el portero titular pero lo cierto es que a la hora de la verdad el que apareció en la alineación fue el gallego y al capitán, la bandera del madridismo, español y canterano, sólo le faltó decir: “Pues ahora me enfado y no respiro”. Se conformó con la enésima muestra de su total falta de respeto a sus compañeros, al club que le paga y a la afición del Bernabéu que le ha defendido hasta hace bien poco. Casillas no participó en el calentamiento y tuvo que ser Mejías el que realizara la labor habitualmente destinada al portero suplente en el calentamiento del portero titular. De brazos cruzados, en el medio del campo, como un niño chico, quizás escuchó Casillas los pitos de su afición cuando su nombre fue mencionado por megafonía. Como tantas veces, este hecho ha sido convenientemente silenciado por una prensa a la que se le acaban las excusas a la misma velocidad que a nosotros la paciencia. En el debe de Carlo Ancelotti hay que poner que no mandara al capitán a casa después de que éste se negara a realizar su trabajo.


La primera alineación de Ancelotti apenas tuvo sorpresas si descontamos la portería. Ha sido el propio entrenador el que se ha cansado de repetir durante la pretemporada que el objetivo del Madrid era jugar bien al fútbol, bien aleccionado supongo, y en su primer partido oficial llenó el campo de eso que los modernos llaman “fantasistas” y los horteras “jugones”. Fue un desastre. Pepe Mel adelantó la defensa 20 metros y durante la primera parte la mayoría de los ataques del Madrid acababan en las botas de Benzema en fuera de juego, para desesperación de sus groupies y las medias sonrisas de los fans de Higuaín. El cambio de actitud que se esperaba del francés al quedar como único referente en ataque no fue tal y al Bernabéu se le empieza a acabar la paciencia. Dos laterales que son un desastre táctico, dos centrales sin jerarquía alguna, Khedira quedando sólo en la labor de proteger la casa, Modric desubicado y cuatro jugadores arriba a los que no llamó Dios por el camino del sacrificio. Cada pérdida de balón era un susto que afortunadamente el Betis sólo supo aprovechar en una ocasión. Lo peor fue la absoluta falta de organización del equipo en ataque y sobre todo en defensa. Por primera vez en mucho tiempo tenía sentido aquella frase totémica: “El Madrid no juega a nada”. Estoy completamente de acuerdo con lo que hoy decía Percivalesco en Twitter: “Si el Madrid tiene un bloque que viene de jugar a una cosa, no creo que el entrenador sea tan idiota como para no carburarla en función de sus características.” Dejar de lado un estilo de juego que ha funcionado mejor de lo que los resultados de la última temporada pueden hacer suponer sólo para incluir a determinados jugadores que cuentan con el beneplácito de la prensa no parece la manera más inteligente de comenzar una etapa. Y menos cuando se espera la llegada de un crack que se adapta mejor al estilo anterior que a este nuevo que ayer vimos sobre el césped del Bernabéu. Es abandonar el punk para ir a parar directamente a los Nuevos Románticos sin pasar por el after-punk. Te pierdes a Joy Division y a The Cure. Uno esperaba estampidas dobles de Bale y Cristiano y empieza a temer que se va a tener que contentar con taconazos de Isco, subidas sonrientes de Marcelo y “asociaciones” de Benzema. Ganó el Madrid sin lustre alguno con un gol de Isco que le redimió a mi entender de una actuación ciertamente mediocre. Carletto sabrá. Tiempo al tiempo. Nos quedamos, como Vladimiro y Estragón, esperando a Gareth Bale. 

domingo, 28 de julio de 2013

Dick

Hay un instante fatídico en el que la tragedia que parecía lejana y ajena y que tan sólo movía a cierta empatía con el dolor de otros se convierte en propia. La porción de tiempo que ocupa la lectura de un mensaje de Whatsapp basta para cambiarlo todo y que el corazón se encoja. Andábamos enredando con el accidente y sus causas y con el tratamiento dado por la prensa al suceso sin sospechar que entre los hierros retorcidos estaba uno de los nuestros. Uno de los buenos, quizás el mejor aunque ahora suene a elogio manido al que ya se ha ido. Las horas de incertidumbre entre ese mensaje y la confirmación de la muerte de Dick las ocupamos algunos en subir a Twitter las canciones que sabíamos que más le representaban; con las que había bailado, en sus propias palabras, “metiendo culo y sacando morritos”. Cada uno tiene su propia forma de rezar y de enfrentar la tragedia cuando parece pendiente sólo de un milagro que casi nunca llega.

Si dijera que no conocí a Dick mentiría. No lo vi nunca en eso que llaman pomposamente “el mundo real” y sin embargo lo conocía mejor de lo que conozco a la mayoría de los que conviven conmigo a diario. Supongo que a muchos les resultará difícil de entender y, a estas alturas, poco me importa. Santiago Segurola salió horrorizado de Twitter definiéndolo como “un bar de borrachos”. Manuel Jabois ya le contestó con su brillantez habitual pero uno acaba pensando que el bielsista tenía algo de razón. Mi experiencia me dicta que, más que un bar de borrachos, Twitter es una zona de bares. Uno va entrando en todos hasta que un día descubre un bar en el que pinchan la música que a uno le gusta y se queda en él para siempre. Conocí a Dick en ese bar hace ya más de dos años y con él he desayunado, he tomado el vermut, la comida, el café, las cañas, las copas y hasta la última del último after. He vistos los partidos del Madrid de Mourinho y del Madrid de Messina y del de Pablo Laso. Unas olimpiadas. Una Eurocopa. Conciertos de New Order y Noel Gallagher. He despedido años y celebrado cumpleaños. He bajado con él a comprar risketos al chino y he sufrido con él sus “cierres de mes”. Con Dick y con otros, a los que como a él considero mis amigos por encima de definiciones que convendría revisar más pronto que tarde. De carácter vehemente los dos, hemos discutido sobre lo divino y lo humano sin dejarnos palabras en el tintero de la cortesía. Revisando ayer sus tuits encontré la última discusión que tuvimos, a cuenta del atentado de Boston, y descubrí con infinita e íntima satisfacción que quedó zanjada cuando le dije: “Tú y yo no podemos discutir, Dick”. Era tanto lo que nos unía que carecía de sentido enzarzarse en estériles discusiones sobre acontecimientos sobre los que nada sabíamos en realidad. Lo nuestro era el Real Madrid, el northern soul, el revival mod, Mourinho y Sir Alex, los Boston Celtics, el sonido Manchester y el Brit pop, el baloncesto FIBA de hombres de pelo en pecho y Drazen, los bares, los clubes, los afters, las mujeres que amamos y las que íbamos a amar y Zooey Deschanel.

Algunos tienen la idea de que los tuiteros somos una masa de frikis sin amigos que disfrazan en la red social sus carencias afectivas y sociales. Seguramente haya de esos pero los que yo conozco y yo mismo no somos sino nostálgicos del bar y la pandilla. Y de un tiempo en el que la juventud nos permitía vivir siempre en el exterior ajenos a las responsabilidades y los horarios. El tiempo de los bares frente a la facultad, los amigos del fin de semana y las largas vacaciones de verano en las que todos los días eran sábado. Encontramos en Twitter la manera de pasarnos la vida en el bar cuando ya no podemos pasar la vida en el bar. Encontramos en Twitter aquel bar al que siempre podías dirigirte, cuando salía mal una cita o decidías echarte a la calle a última hora, sabiendo que encontrarías allí a tus amigos. A Dick lo podías encontrar casi siempre en el bar, destilando ingenio en botellitas de 140 caracteres, repartiendo bilis entre los tontos, discutiendo con Koji y Favelas o encerrado en el DM con alguna muchacha bien parecida. En Dick veíamos una actitud descarada, nerviosa y febril que lo emparentaba con los work-class-heroes que tanto amaba, siendo la conciencia de clase de Dick únicamente de orden estético y nunca político. Veíamos una arrogancia de la que descendía lentamente como el riff final de un medio tiempo pop. Dick era pop. Cada uno de sus tuits era una píldora de entusiasmo juvenil y optimismo vital salpimentados a veces de cierta amargura nostálgica. Y el ingenio del que estaban repletos era tan habitual que en ocasiones pasaban desapercibidos hasta el punto de que con las caras b de los singles de Dick podríamos hacer uno de los mejores discos de todos los tiempos. Noel y Mourinho. Mourinho y Noel. La Santísima Dualidad en la que se asentaba el paganismo pop en que consistía la religiosidad de Dick. Noel era Dios y Mourinho era Dios. Dos personas distintas y un sólo Dios verdadero. “Solo creo en Mourinho y en Noel Gallagher. Y ninguno es español”. Una dualidad que se vio aumentada con la llegada al gobierno de Luis de Guindos y el intento, nada exitoso por cierto, de Dick de convertirnos a todos al “deguindismo”. “Ahora mismo están en suelo español Noel Gallagher, Mourinho y De Guindos. No os olvidéis de este momento nunca”. A Dick le gustaban los trajes de corte impecable del Ministro de Economía y que metiera palabras en inglés en sus comparecencias y lo convirtió en mito. Junto a esos dioses todopoderosos habitaban el Walhalla de Dick dioses menores que iban de Petrovic a Khedira pasando por Bird o Ray Davies. Trasteando desde el viernes entre sus tuits encontré uno que no vi en su momento y que llevo bordado ahora en la negra parca que cubre mi alma estos días como si fuera la escarapela de la RAF. Y una escarapela de la RAF ha sido la corona de flores que tan acertadamente eligió Luis Espuny para homenajear a Dick en nombre de todo el Madridismo Underground. Porque esa era la etiqueta que prefería Dick sabiéndose miembro fundador de un movimiento nacido en las catacumbas de Fans del Madrid y al que otros llegamos de rebote provocando no pocas veces que Dick nos mirara, con razón, como simples advenedizos. Dick escribió la mejor definición que se haya hecho nunca del mourinhismo: "el mourinhismo es no deberle nada a nadie" y como él no le debía nada a nadie pudo mantener siempre una independencia que quizás otros muchos perdimos en algún momento. Es por eso que el TL de Dick en Twitter es la mejor manera de entender esos años que ayer mencionaba David Gistau en su conmovedor obituario en ABC. Esa columna de David me hizo recordar, y creo que él la habrá recordado estos días también, una conversación nocturna entre los tres a colación de un artículo de Gistau sobre Obús y que había causado en mí y, sobre todo en Dick, una gran desazón. Acabado el intercambio de tuits, David tuvo a bien enviarme un mensaje directo: "Te voy a contar un secreto. Cuéntaselo a Van Palomaain pero a nadie más, que bastante tengo con lo que tengo". Transmitido el secreto, que quedará para siempre entre los tres, recibí la contestación de Dick, tan suya, "menos mal, macho, ahora ya puedo irme a dormir tranquilo". Genio y figura.

Me perdonará Dick, puede que no, si elijo para despedirle el estribillo de una canción de The Kinks y no una de Oasis. Canción que define, en mi opinión, mejor que ninguna otra el espíritu que animaba a Dick y que lo hacía único e irrepetible. Juan Antonio Palomino, Van Palomaain para los siglos, Dick, amigo, nos veremos pronto.

And I don't want to ball about like everybody else,
And I don't want to live my life like everybody else,
And I wont say that I feel fine like everybody else,
Cause Im not like everybody else,

Im not like everybody else.

martes, 21 de mayo de 2013

Los años de Mourinho (I)


Fue una segunda adolescencia. Un recuperar el gusto por el fútbol y sus calles adyacentes que habíamos perdido en medio de carruseles, sanedrines y programas de madrugada con olor a naftalina y coñac barato. Volvimos a ser jóvenes airados, chicos rebeldes, beatniks en un Frisco virtual con compañeros de viaje que íbamos encontrando en el camino. Había llegado José Mourinho para abrir las ventanas y regenerar el aire viciado y espeso, grasa y sudor, perfumes de droguería y palillos en la comisura de los labios. Veníamos de un fútbol funcionarial y triste, atenazado por las convenciones, secuestrado por gañanes a las órdenes de señoritos con intereses espurios. Veníamos de un madridismo acogotado y triste, que rumiaba las derrotas más indecorosas y vivía las victorias con vergüenza y sentimiento de culpa. Mourinho nos hizo recuperar el orgullo, la historia y las esencias verdaderas alejadas de los falsos profetas de un señorío impostado que no perteneció jamás al Real Madrid. “Señorío es morir en el campo y no filosofía barata”. José Mourinho traspasó lo futbolístico y puso a todo un país frente al espejo. Y vimos un país anclado aún en los mismos vicios del pasado, con sus mismas miserias y defectos. La España de la envidia y la molicie, de la soberbia mal entendida y la humildad más falsa, la del conchaveo y el amiguismo, la de un patrioterismo asentado en la ignorancia y el odio al diferente. Hemos pasado del “que inventen ellos” al “no hace falta que vengan de fuera a inventar nada”. Es el casticismo del casticismo. Mourinho fue el pedal de distorsión en una melodía que ya sonaba rancia, la granada sin anilla en el agujero del culo de los mediocres, el hombre nuevo en un reino de porteras. Y también hubo fútbol. Claro que hubo fútbol. Tormentas eléctricas de fútbol salvaje. Riadas de fútbol primitivo que nacía extrañamente de sofisticadas estrategias. Fútbol frenético que desesperaba a los realizadores de televisión. Fútbol en cascada, bucles de fútbol, viento huracanado de fútbol, bombardeos psicópatas de fútbol. Violenta velocidad y armonía en el caos. Fueron años de sensaciones y piel. De matildismo y malditismo a partes iguales. El adiós de Rimbaud.

“Sí, la nueva hora es al menos muy severa.
 Ya que puedo decir que he alcanzado la victoria: el rechinar de dientes, los silbidos de fuego, los suspiros llenos de pestes se calman. Todos los recuerdos inmundos se borran.
Hay que ser absolutamente moderno”.

martes, 30 de abril de 2013

Amancio


Antes de que nos robaran el fútbol las únicas cifras que importaban eran las que aparecían en los marcadores con sus rectángulos de cartón-piedra, nadie medía la longitud de las briznas de hierba ni la cantidad de pases seguidos que era capaz de dar un equipo y los highlights se almacenaban en la memoria colectiva en vez de en servidores de San Bruno-California y se transmitían de generación en generación como romances antiguos de la boca de los mayores a los oídos de los niños. No había carrileros, ni medioscentros, ni trescuartistas y todos los delanteros eran de verdad y los porteros estaban locos. Era un fútbol de domingo tarde, cambio de cromos y transistores. Los futbolistas eran nada más y nada menos que futbolistas y dejaban los sermones para los párrocos de misa de doce. Era un fútbol sentimental y básico en el que se cimentaban pasiones que sólo tenían que ver con el propio fútbol. Amancio Amaro perteneció a una de las últimas generaciones de futbolistas que no necesitaron taparse la boca para hablar en un campo por miedo a los lectores de labios y leemos su nombre en los papeles con la voz grave del abuelo que nos relató su mito en noches de Copa de Europa y mesa camilla.
“Amancio jugará en el Real Madrid, fichadlo”, cuentan que dijo Santiago Bernabéu a sus directivos que no parecían muy convencidos de soltar los 10 millones de pesetas de la época que costaba traer de La Coruña a un joven de 22 años sin experiencia en las grandes citas europeas y Amancio fichó tranquilo o eso dijo. Nacido para el fútbol en un equipo llamado Victoria su destino no podía ser otro que el Real Madrid. Era el momento de una renovación necesaria de un equipo que había conseguido que el fútbol quedara definido como un juego que inventaron los ingleses para que el Real Madrid lo hiciera leyenda. De vuelta a Manchester, tras ver un partido del Real Madrid en el Bernabéu, Matt Busby no pudo contener el entusiasmo y reunió a sus jugadores en el vestuario de Old Trafford para decirles: “Boys, they’re playing a different game over there in the continent. We’ve got to get involved”. Aquel Madrid dejó un legado de victoria y un estilo de fútbol directo y vertical, sin atajos, como correspondía a un equipo de saetas, galernas y cañones al que Bernabéu quiso añadir un brujo para que continuara el hechizo. Eso vio Santiago Bernabéu en Amancio Amaro, ese mismo fútbol sincero y sin ambages, que sólo conoce un destino, que sólo ambiciona un objetivo. El Real Madrid es una religión en la que la paciencia es pecado. Amancio era la gambeta acerada y la velocidad consciente, la magia galaica y brumosa, el temperamento de la marejada atlántica. Llegó a tiempo de compartir vestuario con aquellos mitos blancos y de ellos aprendió cual es el espíritu del Real Madrid, su esencia, su sino y su grandeza y acabó también convertido en mito. Con ellos perdió una final de la Copa de Europa, frente al Inter de Helenio Herrera y Luis Suárez, en lo que fue la despedida de Di Stéfano y de un tiempo inolvidable. Dos años más tarde se encargaría el propio Amancio de cerrar definitivamente un ciclo legendario con un gol en Bruselas contra el Partizan de Belgrado que sirve para ilustrar su libro de estilo y que le dio al Madrid una Sexta Copa de Europa que fue la última hasta hace bien poco. Un desmarque fulgurante, dos quiebros violentos y un toque sutil. Un gol que debería ser icono de la forma de entender el juego que acompañaba a Amancio Amaro y también al Real Madrid desde sus inicios. “La belleza del fútbol está más bien en el jugador que mata sus deseos de correr la pólvora y va desnudo a la velocidad”, escribió el olvidado Jacinto Miquelarena que distinguía lo perpendicular de lo barroco, la sobriedad de la pirotecnia. La magia de Amancio tenía un objetivo más allá de la estética vacía. Sus regates de bruixo eran salidas para continuar hacia un objetivo que no era otro que el gol. 14 temporadas en el Real Madrid, 1 Copa de Europa, 9 Ligas, 3 Copas de España, 2 veces Pichichi, 1 Bota de Bronce y una Eurocopa, ahora olvidada, de cuando España aún se llamaba España y no La Roja.
Nunca se escondió Amancio de los defensas que se cobraron en sus piernas la misma falta de piedad que él demostró por sus cinturas. Jamás pudo, ni quiso, dejar de arriesgar su físico. En aquél fútbol no existía el rival que le cediera un centímetro de césped sin armar la bota. Y no salía el Platini de turno a proteger de los defensas inclementes la magia del Balón de Bronce de cuando no los elegía el seleccionador de Qatar. Por valentía, la carrera de Amancio es el camino que lleva del catalán Torrens al paraguayo Fernández. En febrero de 1965, Torrens, en el Camp Nou, le mandó siete meses de la clínica al gimnasio porque “no había otra forma de pararle”. La prensa catalana acusó a Amancio de cuentista mientras su jugador se iba de rositas. En Junio de 1974, Fernández pareció que había conseguido retirarle del fútbol, en Granada. Una entrada salvaje por encima de la rodilla consiguió romperle el músculo cuádriceps. Al paraguayo le cayeron veinticuatro partidos de sanción. La cirugía y la férrea voluntad del gallego le devolvieron a los terrenos de juego hasta su retirada en 1976.
Como entrenador nos legó una generación de jugadores que en justicia debió llamarse “Los Niños de Amancio” y que incomprensiblemente acabó siendo conocida como “La Quinta del Buitre”. Los números y los datos sirven de poco para expresar el legado de Amancio Amaro pero conviene que las nuevas generaciones de madridistas sepan quiénes fueron y qué hicieron los hombres que convirtieron al Real Madrid en una leyenda viva y que no deben quedar olvidados en los archivos polvorientos del NO-DO. Deben ser sus voces y no otras las que nos hablen de la historia que ellos mismos construyeron, del espíritu que animó sus vidas deportivas y de la realidad de un club que se reinventa en la modernidad para recuperar su esencia. Amancio Amaro, El Brujo, mito viviente de una época en la que se cimentó una leyenda eterna.

(Escrito en colaboración con Manuel Matamoros para Primavera Blanca. http://www.primaverablanca.com/ )

miércoles, 6 de marzo de 2013

Héroe


El 20 de agosto de 2007 Sir Alex Ferguson, al frente de una numerosa delegación del Manchester United acudia a un funeral en la iglesia católica de Hidden Gem. Allí se pudo encontrar con Peter Hook, Shaun Ryder, Andy Rourke o Clint Boon. Todos ellos acudían para dar un último adiós a uno de los hombres más populares e influyentes de Manchester. Fundador de Factory Records y propietario del club The Hacienda, Tony Wilson había sido un pilar fundamental de la cultura popular británica desde los albores del punk hasta el momento de su muerte. Esa peripecia vital fue magníficamente retratada por Michael Winterbottom en la película 24 Hours Party People, un extravagante bio-pic relatado en primera persona que comienza con el primer concierto que los Sex Pistols dieron en Manchester y que habría de cambiar para siempre la concepción que de la música tenían Tony Wilson, por entonces reportero de Granada Television, y unos pocos jóvenes mancunianos más entre los que se encontraban Howard Devoto, Peter Hook, Vini Reilly, Bernard Sumner o Mick Hucknall. Una de las secuencias de la película nos muestra a Wilson dirigiéndose directamente al espectador mientras avanza por la pista de The Hacienda, sorteando a centenares de clubbers que participan felices en la sagrada ceremonia del ritmo que oficia desde la cabina del dj Laurent Garnier. “Manchester, cuna del ferrocarril, el ordenador, la bomba que bota. Y esta noche está sucediendo algo igualmente histórico… ¿Lo veis?...Están aplaudiendo al dj. No a la música, no al músico, no al creador, sino al médium. Aquí está el nacimiento de la cultura rave, la beatificación del ritmo, la era de la música dance. Es el momento en el que hasta el hombre blanco baila”. Hace tres años esa revolución se produjo de la misma manera en otro club, el Real Madrid. Por primera vez, no sólo había buenas canciones en las estanterías sino quien las colocara en un orden lógico para crear un todo. Por primera vez en el club blanco se empezó a aplaudir al médium y vivimos desde entonces el momento en el que hasta los hombres blancos bailan.

Un partido del Real Madrid en Old Trafford activa reflejos condicionados y recuerdos que forman parte del imaginario madridista. El enfrentamiento del año 2000, que abría el camino hacia la consecución de la Octava, tuvo como principal protagonista a Fernando Carlos Redondo, que dominó aquel partido con una autoridad que no hemos vuelto a ver en jugador alguno. No olvidamos el partido de Steve McManaman, un jugador de culto, algunas de cuyas jugadas guardamos en el cajón de los recuerdos como si fueran singles de The Durutti Column, y de un Raúl en el que todavía observábamos cierto fulgor adolescente y el descaro del fútbol de descampado. Queda para los siglos la jugada de Redondo en el segundo gol madridista que fue magia y milagro. Magia en el taconazo inverosímil, cuyo truco aún tratamos de desentrañar, y milagro en ese pie que llega para salvar el balón justo antes de que éste se precipite por el abismo de la línea de fondo. Tony Wilson recordaba años despues ese partido en las páginas de The Guardian: “One of the times I've felt most desperate was when Real Madrid knocked us out at Old Trafford in 2000, when Redondo was fantastic in midfield for Real and ran the game. It was a serious disappointment.”

De nada iban a servir ayer los recuerdos. Alex Ferguson llegó a Old Trafford con la lección bien aprendida y se permitió dejar en el banquillo a Rooney y su aspecto de miembro del sindicato de estibadores de Liverpool. Planificó un sistema de ayudas que dejaban siempre a Cristiano Ronaldo solo frente a todos y rescató la esencia del fútbol inglés de balones en largo en busca de Van Persie y Welbeck. Con el segundo tendrán pesadillas Sergio Ramos y en menor medida Varane. La primera parte fue un quiero y no puedo del Madrid cuyos ataque acababan muriendo siempre en el borde del área y un susto tras otro de los blancos que sufrieron como nunca en los balones aéreos que siempre ganaba Vidic. Visto lo visto, el empate inicial no era mal resultado al descanso contando con la lesión de Di María que tuvo que ser sustituido por Kaká poco antes de cumplirse el primer acto. El plan de Ferguson encontró su premio cuando Sergio Ramos desvió un balón que llegaba mansamente a los pies de Fabio Coentrao y lo introdujo en su propia portería. Si para resarcirse de su fallo en la tanda de penaltis frente al Bayern acabó lanzando un penalti a lo Panenka en la Eurocopa, no queremos ni imaginar con qué nos sorprenderá el de Camas ahora. Tras el gol hubo tímida reacción madridista pero fue un golpe de suerte, nunca mejor dicho, lo que cambió el signo del partido. Nani impactó con los tacos en el costado de Álvaro Arbeloa y el árbitro decidió mandarlo a la caseta. No fue la expulsión lo que hizo variar la tendencia de la eliminatoria sino el cambio introducido por José Mourinho. Apareció sobre el césped de Old Trafford la infantil figura de Luka Modric y, ante la sorpresa de todos, se hizo con los mandos del encuentro. Fueron apenas veinte minutos de descaro plavi pero valieron una eliminatoria. Se encargó el croata de mover al equipo hacia un lado y hacia otro, de batir líneas con eslaloms asesinos, de ofrecerse apareciendo siempre junto al compañero presionado, de inventar pases al corazón del área y, como esto no fue suficiente, acabó pidiendo un aclarado para jugarse un balón que terminó en el fondo de la red. Era Luka Modric pero yo estaba viendo a Alexandr Petrovic. Ese gol encendió al Madrid y deprimió al United y vivimos los mejores minutos del partido que culminaron con una combinación genial entre Ozil e Higuaín que el argentino aprovechó para centrar al segundo palo donde apareció Cristiano para cerrar la eliminatoria. Esa asistencia del argentino fue un premio escaso para el derroche físico y táctico que desplegó durante todo el partido y que explica sobradamente la decisión de Mourinho de preferirle al huido Benzema, que celebró el segundo gol mientras recibía las instrucciones para saltar al campo y acabó recibiendo la instrucción de volver al banquillo. Los veinte últimos minutos sirvieron para agrandar la figura de Diego López y para recordarnos el partido del año pasado frente al Bayern en el Bernabéu. Con la eliminatoria prácticamente sentenciada se descompuso por completo el Madrid y se vivieron minutos de absoluto dominio de los de Ferguson. Resulta especialmente llamativa en un equipo dirigido por Mourinho esa dificultad para controlar esa clase de partidos cuando ya parecen resueltos. Tan sólo Modric pareció entender qué había que hacer y el partido acabo muriendo en sus pies de niño de la guerra, exiliado desde ayer del olvido e instalado ya en el  olimpo de los héroes madridistas. Un héroe como el retratado en el poema de José Hierro.

Despojad un instante a esta palabra
-héroe- de tantas adherencias literarias. Borrad
las iconografías consabidas:
Grecia y piedra rosada, cara al mar,
héroes ecuestres del Renacimiento…
Era otra cosa el hombre que yo vi.

sábado, 2 de marzo de 2013

Eternidad


Cuando José Mourinho aterrizó en Madrid, el Barcelona de Guardiola amenazaba con instaurar una hegemonía futbolística e ideológica que podía mantenerse durante más años de los que nuestra paciencia podría soportar. No era sólo la impecable trayectoria deportiva del Barça sino la deriva madridista hacia el conformismo en la derrota. Como escribió Samuel Johnson: “Las cadenas del hábito son generalmente demasiado débiles para que las sintamos, hasta que son demasiado fuertes para que podamos romperlas.” Ese fue el principal escollo que tuvo que superar el entrenador portugués y más cuando en su primer enfrentamiento directo con el Barcelona cosechó la más humillante de las derrotas. Romper la cadena del hábito de la derrota fue una misión que sabemos que no hubiera podido ser realizada por ningún otro. Aquella dolorosa goleada bien pudo haber convertido al Madrid en el Foreman que salió de Kinshasha, sumido en una depresión que duró años, pero la personalidad del de Setúbal sobrevivió a aquello como ha sobrevivido a muchas otras cosas que ha tenido que sufrir desde que llegó a España. Las últimas victorias frente al Barcelona parecen haber servido para apartar el foco de la crítica del rostro del entrenador y prefiere el agit-prop del marquismo-leninismo centrar el ataque sobre esos nuevos enemigos del pueblo que pegan pataditas a los niños buenos. Ayer ganó el Madrid, además, recurriendo al plan primigenio con Pepe de medio-centro.

A Hugues este Barcelona del ocaso le mueve a la ternura y otro tanto me ocurriría a mí de no contar en sus filas con Xavi Hernández. Xavi es la barrera infranqueable que no pueden atravesar mis intentos de empatía con el Barça derrotado y triste, desnortado y agónico. Xavi va camino de convertirse en la Norma Desmond de este crepúsculo de los dioses blaugrana y sabemos que acabará replicando al “era usted grande” con un “soy grande, es el fúpbol el que se ha hecho pequeño”. Ayer tarde no estaba Xavi y yo estuve a punto de no estar tampoco. La inquina de Roures hacia lo español le llevó a poner el partido a la hora de la siesta y uno está tan acostumbrado ya a la nocturnidad futbolera que le pareció que ver el partido tomando un cortado era lo mismo que pedir un poleo en un burdel. Lo mismo debió pensar Benzema, que apareció a poco de comenzar el partido para empujar a la red un buen centro de Morata y no volvimos a saber de él. Como ya hemos dicho, Mourinho hizo un guiño al pasado y sacó a Pepe a limpiar el centro del campo haciendo que los centrocampistas del Barça levantaran los pies como los clientes del bar que cierra cuando pasa el camarero con el cepillo y el mocho. El Barcelona de la primera parte fue el Limoges de Bozidar Maljkovic dando una lección de tostonball y en medio del aburrimiento Messi hizo el mismo truco que Benzema apareciendo para marcar un gol y desapareciendo después. El Madrid había salido con un equipo lleno de suplentes y no fue porque Mourinho tirara el partido pensando en el martes sino porque pensó que con ellos bastaba para contener a este Barcelona meláncolico que mira al banquillo buscando a Guardiola y se encuentra a un payés en chándal que parece haber salido de casa a ver cómo marcha la cosecha de arbequinas. El pobre Roura tiene en el rostro una permanente expresión de llevar un traje que le viene demasiado grande porque no le dejaron ir al sastre a probárselo antes. Controlado el partido anímicamente salió Cristiano, que ya en la primera jugada despertó a todo su equipo que se había quedado hipnotizado por el péndulo del tiqui-taca, y Sami Khedira que sólo tuvo que darle las buenas tardes a Iniesta para que se terminara la fiesta. Ramos marcó el gol de la victoria al cabecear un córner magistralmente botado por Modric y casi le perdonamos todo lo demás. Terminó el partido con una caída de Adriano dentro del área del Madrid que Valdés desde el otro lado del campo vio como clarísimo penalti y tras el pitido final se cagó en los valores corriendo a por el árbitro, mostrando un comportamiento tan chusco y alejado de las enseñanzas de La Masía que no descartamos que esta semana se recupere la entrevista en la que siendo niño mostraba su rendida admiración por Paco Buyo. Dos victorias seguidas frente al Barcelona han servido para cicatrizar profundas heridas pero el madridismo siempre quiere más y nos sirven para explicar nuestros anhelos los versos de Houllebecq.

“Queremos algo como una fidelidad,
Como una imbricación de dulces dependencias,
Algo que sobrepase la vida y la contenga;
No podemos vivir ya sin la eternidad.”

Y la eternidad, para el Real Madrid, solamente es la Copa de Europa.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Danza


Nos contaban ayer, con acento porteño y conjeturas borgianas, que la plantilla del Real Madrid se dividía en dos. Los sicarios sin alma, dispuestos a seguir al pie de la letra las macabras instrucciones del Padrino, y los objetores de conciencia, cuáqueros en calzoncillos que desoyen las llamadas a la violencia de su perverso entrenador. Xabi Alonso y Álvaro Arbeloa han pasado de ser héroes de eso que llaman La Roja a ser presentados como una especie de alter-egos de Vincent Vega y Jules Winnfield en un pulp fiction ad hoc con los exteriores rodados en los estadios de media España hasta el punto de que uno ya se imagina al de Tolosa recitándole a Messi los versículos del Libro de Ezequiel, antes de estamparle contra las vallas publicitarias, bajo la mirada aburrida del de Salamanca. “Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos”. Lo único cierto es que la falta de liderazgo en el campo que observábamos en los partidos importantes de la temporada pasada parece haber sido sustituida por el incontestable liderazgo futbolístico de Cristiano y por el cada vez más visible liderazgo moral de los dos jugadores a los que ahora señalan los voceros del tardo-segurolismo emitiendo gironazos a diario. "Ser comprendidos no es necesario. El coraje, la audacia, la rebelión, serán elementos esenciales de nuestra poesía”, escribió Marinetti y lo mismo parecían decirles a sus compañeros en el calentamiento los dos soldatos de Mourinho.

La melancolía ha tardado en llegar pero parece haberse instalado ya en Can Barça por mucho que intenten evitar pronunciar el nombre de Guardiola como si fuera el de Jehova. El Real Madrid cerró el círculo que se abrió con el 5-0 que no queremos ni recordar con un partido que dominó siempre dándole el balón al Barcelona como quien se lo da en la playa al niño para que no moleste. Adelantó la defensa para achicar espacios y maximizar la presión reduciendo el juego del Barça a un rondo inane e insustancial. Varane volvió a ofrecer un clínic aseando las inmediaciones del área con una suficiencia y elegancia que no habíamos visto jamás y dejando en segundo plano la descabellada exuberancia física de Ramos. A Rafael Varane le pones a barrer con una escoba el escenario del Teatro Real y le acaban concediendo el Premio Nacional de Danza. Los laterales no permitían ninguna broma y Khedira se aplicaba en la contención dejando para otro día lo del box-to-box. Alonso asumió los galones e Higuaín, consciente de su baja forma, se dedicó a un trabajo sucio y poco lucido que acabaría por agradecer el colectivo. Di María ponía algo de locura canchera, Ozil perfumaba el campo con esencias de Anatolia y Cristiano desquiciaba a toda la defensa blaugrana, incluido Puyol, que por una vez abandonó el seny y disfrazó su impotencia con el traje de supuestos errores arbitrales. Una cabalgada de Cristiano sólo pudo ser frenada por una zancadilla de Piqué dentro del área y el de Madeira se encargó de anotar el primer gol con la suficiencia del que conoce su propio destino. “El mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que puede conquistarlo”, dijo otro portugués, Pessoa. El gol que adelantaba al Madrid sirvió también para desquiciar al Barcelona que, como suele hacer en estas ocasiones, abandonó el fútbol para echarse en brazos de la simulación. A Jordi Alba le jugaron una mala pasada las neuronas espejo y tras recibir un golpe en el pecho dudó entre imitar a Alves agarrándose la pierna o a Busquets llevándose las manos a la cara. Optó por lo segundo, suponemos que por empatía nacionalista. Nada cambió tras el descanso y si cambió algo fue para incrementar el dominio del juego del Madrid y la soporífera performance del Barcelona. Di María le hizo un roto a Puyol y el rechace de Pinto lo recogió Cristiano que hizo pausa de taurino y alojó el balón en la portería y el discurso culé en el cubo de la basura. Varane le ganó la posición a Piqué a la salida de un córner y, mientras el novio de Shakira buscaba en la grada espías de Metodo 3, el balón llegaba a la red con la suavidad de una caricia. Corrió el cuáquero Varane a abrazarse con el líder del Grupo Salvaje, dejando al escriba de El País con el culo al aire del invierno. Tras el tercer gol no quiso el Madrid hacer leña del árbol caído y reservó fuerzas para las batallas que se avecinan. En un arranque de lo que creemos que es humor portugués mandó Mourinho a Casillas a dar la rueda de prensa, como quien manda al niño al quiosco para poder echar un polvo tranquilo, mientras en el vestuario celebraban las hienas la caza del ñu. Quedan pocos meses para que acaben las especulaciones sobre el futuro del entrenador y desde aquí sólo nos queda recurrir de nuevo a Nietzsche y decirle: “El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Como diría uno que yo me sé, parafraseando a otro que todos sabemos: “Que la chupen, que la sigan chupando”.

jueves, 14 de febrero de 2013

Pop


Dicen los mancunianos, sin ápice de humildad, que “lo que Manchester hace hoy, el mundo lo hará mañana” y seguramente no anden desencaminados. El Manchester United, hasta la llegada de Sir Alex Ferguson, era sin lugar a dudas el menos laureado de la Ivy League del fútbol europeo, de la aristocracia a la que sólo pertenecían aquellos que se habían ganado el puesto acumulando títulos en las vitrinas y, sin embargo, nadie podía poner en duda su pertenencia a ese club restringido. El Manchester United pareció durante muchos años el Michi Panero del fútbol europeo: un autor sin obra cuyo prestigio se asentaba en el carisma pop. Si New Order son hijos de un suicidio, el Manchester United y su leyenda nacieron seguramente de las cenizas del desastre aéreo de Múnich y de su posterior capacidad para crear iconos que trascienden lo deportivo para pasar a formar parte de la cultura popular. Del primer verano que pasé en Inglaterra, arrastrado a Brighton por Quadrophenia y los hermanos Gil, aún conservo una bufanda del Manchester United y el disco que The Wedding Present consagraron a George Best, comprados en una callejuela de The Lanes. Ferguson acababa de llegar a Manchester por aquel entonces y nada hacía suponer que el ManU se iba a reinventar de nuevo como hiciera tras la tragedia del 58 pero, para quien ni siquiera había nacido cuando el club del Gran Manchester ganó la Copa de Europa del 68, los colores del equipo de Old Trafford producían una fascinación especial. Fueron primero los Bubsy Babes, supervivientes de la tragedia, Charlton y Denis Law y por encima del ellos el mencionado George Best, el Chico de Belfast, el Quinto Beatle, el primer jugador de fútbol convertido en estrella del rock sin necesidad de pisar jamás un escenario. De sinceridad primitiva, excesivo y deliciosamente arrogante como el que vendría a ocupar su puesto en el corazón de los aficionados reds más de 20 años después. Eric Cantona, con sus luces y sombras, inicia junto a Ferguson el despegue del ManU hacia una nueva revolución industrial llegando desde el Leeds del Yorkshire a la Casa de Lancaster sin Guerra de las Dos Rosas por medio. Revolución futbolística, ética y estética en la que se abandonan los usos y costumbres aristocráticos para crear una maquinaria nueva destinada a fabricar una marca global que convierte al Manchester United en el club más poderoso del mundo.

Cuando Florentino Pérez llegó al Real Madrid intentó hacer esa misma revolución pero se quedó en lo comercial ahondando en eso que llamaba Umbral, hablando del club blanco, el hueco metafísico. “El Madrid sigue por inercia, pero le falta el motor del cambio, que es una incardinación política, y le falta la levadura y el espesor de una representación social, epocal, que ya no tiene”. Se convirtió el Real Madrid en un casino de Las Vegas con su grupo de crooners crepusculares que vendían las entradas de todas las funciones pero sólo salían a cantar en unas cuantas, algunas de ellas memorables. Se comenzaron a hacer giras asiáticas y se vendían camisetas pero faltaba crear una mística que estuviera por encima de los nombres y la coyuntura y que no habíamos visto tras la muerte de Bernabéu y no hemos vuelto a ver hasta la llegada de Mourinho y Cristiano. Ese intento de revolución de Florentino se redujo a lo económico mientras se continuaba con la ética de los hidalgos y la estética de los paletos. Un Himno del Centenario encargado a José María Cano cuando al Manchester United le hacían la banda sonora The Stone Roses. La llegada de Cristiano y  Mourinho representan esa revolución pendiente del Real Madrid y su entrada definitiva en los circuitos de la mitología pop y de ahí el desprecio hacia ellos de los guardianes de una pureza de sangre que de nada sirve en los salones de la nueva aristocracia y de una historia que sólo sirve para alimentar la melancolía.

Alex Ferguson lleva más de veinte años como entrenador del mismo club pero en ese tiempo los equipos a los que ha entrenado han sido varios. Su inteligencia ha quedado demostrada al ser capaz de adaptar siempre los mimbres al cesto, creando siempre cestos funcionales con independencia de la forma que adopten. Anoche, consciente de su inferioridad, el ManU hizo el partido que la lógica demandaba apoyado en la sabiduría competitiva que otorgan los muchos años consecutivos jugando partidos de la exigencia del de ayer. La primera parte nos mostró un Real Madrid al que no se le acabaron de dar mal los medios tiempos que el equipo inglés le obligó a componer aunque sabemos que es en el frenesí donde el equipo blanco e encuentra más a gusto y donde resulta más fiable. En el control es, paradójicamente, donde el Real Madrid pierde la concentración y acumula errores y ocasiones falladas. Xabi Alonso tuvo que cambiar de batuta para dirigir a una orquesta acostumbrada a tocar a Wagner y que se tuvo que poner a interpretar a Bach. Como siempre que el Madrid juega contra un grande emergió la figura de Coentrao, Di María aportó afilados riffs de guitarra cuando la monotonía encorsetaba el juego y Varane ponía la cordura que ocultaba la suficiencia cargante de Ramos. El ManU había aportado disciplina táctica y los detalles de Van Persie, uno de esos delanteros centro líricos que Holanda le ofrece de cuando en cuando al mundo. Una vez más a la salida de un córner recibió el Madrid un gol y pudimos ver a Ramos bloqueando la salida de Diego López como si fuera un pívot en la lucha por el rebote de un tiro libre. Cristiano puso las tablas con un cabezazo de póster y no celebró el tanto por respeto a su creador. Pudo haber marcado el Real Madrid en varias ocasiones en esos primeros 45 minutos a pesar de haber jugado con diez. Lo malo de Karim Benzema no es esa melancolía manuelmachadiana en la que parece sumido, “Me siento, a veces, triste como una tarde del otoño viejo; de saudades sin nombre, de penas melancólicas tan lleno...”, sino la cara de magdalena proustiana que se le está poniendo y que nos conduce a nosotros a esa melancolía. Lo peor de anoche no fue su incapacidad para sumar al colectivo sino su capacidad de restar. Todas las decisiones que el francés tomó fueron equivocadas, conduciendo el balón cuando había que pasar y pasándolo cuando el juego pedía mantenerlo. En la segunda parte el Manchester, renunció inteligentemente a las señas de identidad del fútbol inglés y dejó para mejor ocasión el intercambio de golpes. El juego del Madrid se fue espesando a pesar de que Khedira iba asumiendo las tareas que el estado físico le iba obligando a abandonar a Xabi Alonso. Özil no dejaba de intentar sacar conejos de una chistera que según avanzaban los minutos se iba haciendo más estrecha y el cambio de Higuaín por Benzema no trajo más que melancolía porteña y tanguera. “Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó, pesadumbre de barrios que han cambiado, y amargura del sueño que murió”.  Acabe como acabe la eliminatoria, en los prolegómenos de cada partido del Bernabéu seguirá sonando por megafonía el Nessun Dorma y en el estadio del Manchester la voz de Ian Brown cantando This is the one. Esa revolución continua pendiente y yo quiero I’m resurrection sonado cada vez que José Mourinho pise el césped de Concha Espina.

Your tongue is far too long
I don't like the way it sucks and slurps upon my every word
Don't waste your words I don't need anything from you
I don't care where you've been or what you plan to do
I am the resurrection and I am the light
I couldn't ever bring myself to hate you as I'd like.



jueves, 31 de enero de 2013

Mito


Con el Pep aprendiendo alemán en Manhattan y Mourinho apartado voluntariamente de los focos, el partido de ida de semifinales de la Copa del Rey habría comenzado sin que se hubiera hablado de otra cosa que no fuera fútbol a no ser por las tormentas desatadas por parte de los mismos que acusaban al entrenador portugués de desviar la atención de lo verdaderamente importante. Primero fue la portada de Marca con la licencia dramática y, pocas horas antes del encuentro, las declaraciones de la novia de Casillas en una televisión mexicana. La muchacha, que en su día atribuyó a Serrat los versos más populares de Antonio Machado, no hizo sino enrolarse en las filas del periodismo metonímico nombrando a una parte, su novio, con el nombre de un todo, los jugadores del Real Madrid. Que el capitán del Real Madrid quiere quitarse de encima a José Mourinho es algo que ya sabíamos del mismo modo que sabemos que Mourinho estaría encantado de perder de vista al de Móstoles. La reacción de Casillas a las palabras de Sara Carbonero fue subir a su cuenta de Instagram la foto de una mano de mus, tres reyes y un as. No sabemos si la intención fue piropear a esa Oriana Fallaci de mercadillo, esa mano se conoce como “La Bonita” o “El Solomillo”, o mostrarnos que con esa mano él lleva las de ganar olvidando que en el Madrid tiene que valer por lógica “La Real” y que con “la bonita” se puede perder un órdago a juego. Seguiremos teniendo que leer esas loas al yerno de España que tanto nos recuerdan a aquellas otras que en su día leímos sobre otro yerno que España tuvo y de cuyo verdadero rostro tenemos ahora retrato por mucho que quiten su perfil de la web de la Casa Real. No será porque no nos avisó Schopenhauer: “El que cree que en el mundo los diablos nunca andan sin cuernos y los locos sin cascabeles, serán siempre víctima o juguete de ellos”.

Nadie echó anoche de menos a Casillas y la supuesta fractura del vestuario quedó en entredicho tras ver a los once jugadores vestidos de blanco dejarse hasta el último aliento en pos de un objetivo común. Fue un partido de fútbol grandioso al que ni siquiera la necedad de Dani Alves, uno de los jugadores más pestosos que uno recuerda, capaz de sacar de quicio incluso a los culés que veían el partido a mi lado, consiguió quitar un ápice de grandeza. Otra vez dos estilos contrapuestos, dos maneras de entender el fútbol y la vida. El control frente al caos. La paciencia frente al vértigo. Durante unos minutos inolvidables de la primera parte el Barcelona se contagió del estilo de su némesis y asistimos a un prodigioso intercambio de golpes que recordaba a un combate de pesos pesados que bajan la guardia y deciden vivir en el filo de la gloria o la nada. Esos minutos de ritmo frenético los cortó por lo sano Xavi Hernández llamando a los suyos a la esquina para recordarles que ese juego no es el suyo. Habíamos observado ya a Varane tapando las carencias físicas de Carvalho y la lógica descoordinación de una defensa circunstancial. Habíamos visto también a Álvaro Arbeloa y Xabi Alonso ejerciendo un liderazgo que echábamos en falta frente a la hybris blaugrana a la que otros oponían el beso, el abrazo y las llamadas telefónicas pidiendo perdón por la existencia del Real Madrid. Habíamos visto a Özil poniendo la pausa necesaria en las tumultuosas acometidas blancas y a Cristiano enfrentándose a espacios reducidos y a rivales que una vez vencidos eran reemplazados por otros. Acabó la primera parte, incomprensiblemente, sin goles y dio paso a un segundo acto en el que se agrandó la figura de Raphael Varane hasta quedar convertido en leyenda para los restos. El  francés es otro de los que ha sufrido el deprecio del lobby de La Roja, del más casposo patrioterismo, del amiguismo más zafio. El joven central ha permanecido callado, impasible el ademán, mostrando siempre una seriedad que nunca pierde. Anoche llegó a todos los balones, incluso a aquellos que no parecían destinados a él, sin perder nunca la compostura ni buscar el aplauso fácil. Un central como él, ausente Pepe, otorga a aquellos que van a la batalla en campo enemigo la seguridad de tener quien cuide la casa. Esa seguridad se amplía si en la portería hay un portero de verdad, no un santón que regatea ya los milagros como un Onésimo de vuelta de todo. Se adelantó el Barcelona con un tanto de Cesc  que encontró la pelota procedente de la lucha por un balón dividido que los comentaristas del Plus convirtieron en mágica asistencia de Messi. El de Rosario anduvo perdido la mayor parte del partido y se empeñó en ir solo a la guerra contra todos en una actitud que de haber sido vista en Cristiano provocaría hoy ríos de tinta en nombre de la humildad, los valores y el ejemplo para los niños del mundo. Pudo marcar más goles el Barcelona y pudo empatar antes el Real Madrid pero el destino le tenía reservado un nuevo giro a la historia mítica de Varane y fue él, porque no podía ser otro, el que empatara el partido a la salida de un corner, elevándose al cielo de Madrid impulsado por la fuerza de una nueva era que comienza, cuando otra aún no ha terminado. Volvemos a Nietzsche: “El genio está condicionado por un aire seco, por un cielo puro, por un metabolismo rápido, por la capacidad de aprovisionar grandes cantidades de fuerza”. Acabó el partido con una parada de Diego López, que quién sabe si no valdrá una final, y pudimos imaginar la mano de Casillas en ese instante, tres pitos y un cuatro. Jugador de chica, perdedor de mus.

El post-partido nos trajo de nuevo a Xavi y su exaltación del victimismo y la superioridad moral sustituyendo así al Pep en esos menesteres propagandísticos para los que no parecen estar dotados los que hoy ocupan ese banquillo. Messi apareció en el parking para llamar algo a Arbeloa suponemos que con Pinto detrás, por si la cosa se ponía fea. Una vez más, el Madrid construido por Mourinho volvió a pasar por encima de la palabrería burda de los críticos y, ausentes los Chamberlains del vestuario, el orgullo tomó las riendas de un caballo al que algunos querían ya sacrificar. Como Mandela en  Robben Island, en la cabeza el poema de William Ernest Henley.

En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la espalda:
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.

viernes, 25 de enero de 2013

Ciencia


En un día de primeras planas con agonizante que no era y licencias poéticas aplicadas al periodismo sólo cabía volver a la Primera Plana de Wilder y recordar la definición que Hildy Johnson, magníficamente interpretado por Jack Lemmon, daba de su propio oficio: "Un hatajo de pobres diablos, con los codos raídos y los pantalones llenos de agujeros, que miran por la cerradura y que despiertan a la gente a medianoche para preguntarle qué opina de Fulanito o Menganita. Que roban a las madres fotos de sus hijas violadas en los parques. ¿Y para qué?. Pues para hacer las delicias de un millón de dependientas y amas de casa. Y, al día siguiente, su reportaje sirve para envolver un periquito muerto". Los tiempos han cambiado y aquellas palabras que definían un periodismo de provincias y tabloides se puede aplicar ahora a una prensa que un día consideramos seria. El que agonizaba en una cama no era Chávez sino el señor de un vídeo de Youtube y las comillas aparecían y desaparecían de las informaciones de Marca como si Campillo fuera Houdini o más bien Juan Tamariz, haciendo chistes entre truco y truco. La comparecencia de Florentino Pérez desmintiendo rotundamente la información del diario deportivo no hizo sino acelerar la deriva de gran parte de la profesión hacia el ridículo más absoluto.  Como trasfondo la sagrada protección de las fuentes y el olvido doloso de una de las normas incluidas en el Código Deontológico de la FAPA (Federación de Asociaciones de Periodistas de España): “El periodista deberá fundamentar las informaciones que difunda, lo que incluye el deber que contrastar las fuentes y el de dar la oportunidad a la persona afectada de ofrecer su propia versión de los hechos”. La coartada utilizada por el diario en el día de hoy para demostrar la veracidad de su información sólo puede mover a la risa. Capturas de pantalla de unos supuestos mensajes de texto que bien podrían haberse mandado Segurola y Carpio de una mesa a otra de la redacción convenientemente instruidos por algún becario más puesto en las nuevas tecnologías. Gran parte de la profesión periodística está convencida de que les ampara una especie de inviolabilidad regia y sólo les falta gritar aquello que otro ilustre periodista cinematográfico, el Dutton Peabody de El Hombre que mató a Liberty Valance, gritaba al conocer las normas a seguir por los ciudadanos: “¿No hay excepciones, ni siquiera para la prensa? ¡Eso es llevar la democracia al extremo!”. Todo este espectáculo de fuegos artificiales ha servido para demostrar a los que aún tuvieran dudas que el objetivo final de algunas líneas editoriales no es José Mourinho sino Florentino Pérez y en último caso el Real Madrid. En una época de crisis generalizada en los grandes grupos mediáticos el caramelo blanco endulzaría la boca de siniestros especuladores que aspiran a que el control sobre el Real Madrid sirva para maquillar el fracaso de su política empresarial.

Periodistas que desoyen la deontología y primatólogos que juegan a la Antropología de la Señorita Pepis, de todo hay en la viña del Señor. El pasado domingo nos sorprendía en la sección de Ciencia (nada menos) de la edición digital de El Mundo el artículo de un tal Pablo Herreros que identificaba a José Mourinho con el “macho alfa” de algunas especies de primate. Un macho alfa a lo Mariscal Tito si hemos de creer al médium porteño de El País que nos informaba al día siguiente de la decisión de los intelectuales orgánicos de la plantilla del Real Madrid, Casillas y Ramos, de abrazar los postulados del socialismo autogestionario. Para dar base científica a su tesis, el primatólogo nos remitía a los estudios de campo de Jane Goodall y Robert Sapolsky obviando la frase más importante de cuantas haya pronunciado el segundo: “Es virtualmente imposible comprender cómo funciona la biología fuera del contexto del medio”. A muchos les molestó que el primatólogo encontrara rasgos propios de los primates en José Mourinho pero a uno le parece más atrevido que el primatólogo encuentre rasgos humanos en los primates y que su método científico a la hora de catalogar al entrenador portugués esté basado en artículos de prensa, leyendas urbanas y Punto Pelota. A Goodall y Sapolsky les podríamos acusar de ser víctimas de la falacia del espejo pero al menos ellos convivieron con los primates. No tenemos noticias de que el primatólogo español haya dormido en casa de los Mourinho y nadie lo recuerda presenciando un entrenamiento. Ciencia. Ficción.


En medio de este agit-prop tuvieron que enfrentarse los primates yugoslavos a una trilogía levantina que concluyó con el Madrid en las semifinales de Copa y tres puntos recortados al Barcelona en liga. El partido de ida en el Bernabéu se rigió por la norma que siempre impone Mourinho en estos casos, anteponer la seguridad defensiva a cualquier otra cosa para evitar goles del rival. Estuvo inconmensurable Khedira tapando la boca por enésima vez a los líricos que ven poesía en las películas de Éric Rohmer pero no en las de Sam Peckinpah.  Benzema despertó ligeramente del letargo y su gol y otro de Guardado en propia meta dejaron prácticamente sentenciada la eliminatoria. La derrota del Barcelona en San Sebastián pareció espolear al Madrid que ofreció en el encuentro liguero en Valencia un recital de 45 minutos de hardcore melódico al que sólo le faltó una banda sonora de Bad Religion. Higuain, Di María y Cristiano bailaron al son que marcaba un Özil en trance místico y destrozaron al equipo valenciano con arremetidas brutales entre las que emergían las sutilezas. En el partido de vuelta de Copa lo único reseñable fue una patada de Álvaro Arbeloa en la mano de Casillas, que andaba por el área vendimiando, y que va mantener al de Móstoles “looking for paradise” con su cervecita, sus patatas fritas y su peli sentadito en el sofá durante los proximos tres meses. Para cubrir la baja del portero ha fichado el Madrid a Diego López, español y canterano, al que la prensa trató como a Adán cuando Capello lo puso de titular en un trofeo Santiago Bernabéu dejando en la grada al yerno de España. Déjà vu. El Real Madrid es un eterno retorno y, como escribío Borges: 

"También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable".


miércoles, 16 de enero de 2013

Oktoberfest


Esperanza Aguirre se ha echado un jefe de Barcelona que lo primero que dijo fue que Esperanza era más Guardiola que Mourinho, suponemos que para que no le apedrearan la sede de la empresa. Para desmentir al baranda, sin que se note mucho, ha declarado la expresidenta esta mañana que se va a cargar la cantera del PP de Madrid y que sólo van a poder optar a cargos públicos aquellos con experiencia en el ámbito privado. Sea como trabajadores, sea como empresarios. Quiere la sobrina nieta de Gil de Biedma políticos a lo Arbeloa, que aprendan a ganarse la vida fuera antes de regresar a casa a ocupar un puesto en el equipo. Deja Aguirre sin esperanza a los canteranos de la calle Génova mientras los canteranos de Baviera están de Oktoberfest en enero y Mario Gómez preguntando qué coño es un falso 9.

Se decidió Guardiola al fin por la más razonable de las ofertas que se le presentaban para ser coherente con su discurso y que le siga sentando bien el traje del emperador. Se hacía difícil pensar que acabaría el Pep en Londres o en Manchester teniendo el jeque y el ruso las manos manchadas de petróleo, que para algunas sensibilidades es como tenerlas manchadas de sangre. Además ese fútbol paciente que abandera Guardiola podría no ser del agrado de los aficionados en un país en el que las gradas rugen cuando se consigue un saque de esquina pero no consta que lo hayan hecho nunca cuando se cede el balón al portero. Ni siquiera en ese Arsenal desnaturalizado por Arsene Wenger. El Pep al Bayern dispuesto a ser un nuevo Maximiliano I vestido de Toni Miró. Descartados los petroleros le quedaban dos opciones al de Sampedor, el Celtic de Glasgow para asistir en persona a ese ensayo del referéndum catalán que va a ser el referéndum escocés y el Bayern de Múnich para sentir el pálpito de lo federal por si recula Durán i Lleida y hay que tirar por la vía de Pere Navarro, que quiere federalismo asimétrico haciendo poética y política de un oxímoron que entienden sólo en Canadá. Teniendo Guardiola un paladar muy fino, educado en Can Adría, no se veía desayunando whisky caliente y haggis y ha preferido la cerveza y las weißwursts, que son como butifarras blancas que no hace falta colgar de un palo. Es Cataluña una Baviera mediterránea y latina con un Pujol que no quiso ser Stoiber porque andaba demasiado ocupado engendrando millonarios, aunque CiU es un CSU con barretina que se ha echado al monte de la independencia para que no se le vean las vergüenzas y los depósitos. Nos cuesta imaginar que no haya intentado el Pep sentar a su lado en el banco a Lothar Matthäus y garantizar reportajes que muestren la ignominia del Real Madrid, del pisotón de Juanito al dedo en el ojo de Tito. Ya nos avisó Manuel Jabois de que Guardiola siempre vuelve y de vuelta está. Corren sus viudas a matricularse en el Goethe-Institut, abandonadas como Sissi Emperatriz, mientras el Pep recita el poema Epitafio del bávaro Bertold Brecht.

Escapé de los tigres
alimenté a las chinches
comido vivo fui
por las mediocridades

lunes, 14 de enero de 2013

Resistentes


En Bilbao, a 150 kilómetros de Pamplona, donde jugaría horas después el Real Madrid su partido contra Osasuna, se celebró  una manifestación multitudinaria a favor de los presos de ETA a la que, al parecer, asistió la mamá de ese Carlos Bardém que había definido esa misma mañana como “fachamonguers” a un conjunto de usuarios de Twitter que incluía a mourinhistas y liberales.  Días antes aparecía en la revista digital Jotdown una entrevista con Borja Sémper, presidente del PP de Guipúzkoa, en la que mostraba que el carácter del pipero acostumbra a ir más allá de lo estrictamente futbolístico. Dice Sémper sobre Mourinho: “Quería controlar el Madrid no solo deportivamente y su personalidad es antagónica a la del Madrid”. Sobre Cristiano Ronaldo: “Hay actitudes que no me gustan. Cristiano es un líder, pero no me gusta que no celebre el gol de un compañero. Un tío que se cae y se queja por sistema. Yo no quiero eso para el Madrid. A mí me preocupa que los niños quieran ser Messi y no Ronaldo”. Sobre el Real Madrid: “Mi Real Madrid es el de Casillas, el de Raúl y, si me apuras, hasta el de Butragueño”. Todo esto aderezado con unas gotas de añoranza por las formas y el verbo de Jorge Valdano. Sémper afirma que entró en el PP deslumbrado por la figura de Gregorio Ordóñez. “Hablaba y la gente le entendía, lejos del discurso manido de los políticos. Esa valentía y esa honestidad me deslumbraron. Dos años después de afiliarme lo asesinaron. El más tonto del pueblo, Valentín Lasarte, asesinó al más brillante, Gregorio Ordóñez. Una metáfora de la vida y, desde luego, de la política en Euskadi”. A Sémper ese discurso contundente de Ordoñez frente a ETA ya no le sirve hoy pues “el futuro en Euskadi se tiene que construir también con Bildu”. Del  mismo modo, el fichaje de Mourinho, vino bien en “un momento de depresión generalizado. Llega Mourinho, aquí estoy yo, a pecho descubierto” pero en este momento resulta contraproducente para la imagen del Real Madrid. Es evidente que no se trata de comparar las circunstancias, a Ordóñez lo asesinaron con balas reales y contra Mourinho se usan sólo las dialécticas aunque en ambos casos procedan de los más tontos del pueblo, pero resulta significativa esa coincidencia en la conciencia del pipero de San Sebastián. Es lo que Jon Juaristi llama “mentalidad resistencial” que consiste en la necesidad de contar con la aprobación de los nacionalistas, en el caso de los piperos del PP vasco, o de los antimadridistas en el caso de los piperos del Real Madrid. Y ambas en el caso de Borja Sémper.

Y me pregunté:
¿Eres un resistente?
Y me respondí, como Troski cuando todavía iba a la sinagoga:
¡No lo quiera Adonai!!

Sabemos por Plutarco que un ejército de ciervos dirigido por un león es mucho más temible que un ejército de leones mandado por un ciervo pero el Real Madrid llegó a Pamplona con un ejército de ciervos sin león al mando. Ausente Cristiano, quedó el Madrid reducido a grupo de descontrolados sin un objetivo claro. Cristiano es un “zan-ryū Nippon hei”, uno de esos soldados japoneses que no se rindieron jamás al enemigo por miedo al deshonor mientras el resto vaga por el césped como presos en el patio de un penal.  La primera parte no resultó tan lamentable como la segunda aunque estuviera alejada del canon de juego que los Harold Bloom de lo futbolístico se han encargado de convertir en único. Esto que pasa hoy día en el fútbol sucedió en los 80 en un deporte tan poco dado a las milongas como el rugby. El “rugby champagne” de aquella selección francesa de Serge Blanco y  Philippe Sella fue durante años el tiquitaca futbolero de hoy, aunque afortunadamente sin componentes morales. Para suplir la adrenalina que Cristiano produce en el juego tuvo que recurrir Mourinho a tres jugadores, Higuaín, Di María y Callejón, buscando eso que los modernos llaman “desmarques de ruptura”. El de Brest todavía no ha llegado, el rosarino se fue y no volvió y Callejón es Callejón. Se sostuvo el equipo en el trabajo incansable e impecable de Khedira al que seguirán ninguneando para pedir a ese Javi García que es español y canterano. El único mensaje positivo que podemos encontrar en ese truño es que en partidos como ése al Madrid le daban un baño no hace mucho tiempo atrás.

Lo que queda por dilucidar ahora es si este Madrid será capaz de mostrar otra cara en los partidos trascendentales de Copa y Champions que se avecinan. Resulta fundamental que Mourinho sea capaz de salir de ese estado de estupefacción en el que parecen haberle sumido el juego de su equipo y la campaña miserable emprendida contra su persona. Para  esta guerra se hace necesario que además del león sobre el césped haya en león en el banco. Volvamos a Nietzsche: “La oposición contra el que se sale de la norma es lo peor que se puede hacer pues será éste el que guíe el desarrollo de la humanidad, el que tire del pelotón de la evolución, simplemente por el hecho de que no está cómodo en la situación normal es un indicativo de que es un ser superior, que busca un mejor lugar”. Donde el de Röcken dice “humanidad” pongan ustedes “Real Madrid”. Ecce homo.

jueves, 10 de enero de 2013

Alivio-luto


Decía Steven Pinker  en “La tabla Rasa” que “a lo largo de la historia, las batallas de opinión han sido libradas por hipérboles moralizantes y demonizantes, y aún peor”. Jean Françoise Revel dejó escrita aquella máxima que sigue vigente más de veinte años después. “La principal de las fuerzas que hoy dominan el mundo es la mentira”. El esperpento de la prensa española en general y de la deportiva en particular lleva tiempo bordeando la frontera que separa la indigencia moral de las actitudes directamente delictivas, cuando no sobrepasándola con la chulería propia de aquellos que se consideran por encima de la ley amparados en el sacrosanto derecho a la información y en una libertad de expresión que sólo parece corresponderle a ellos. Llamar “nazi” a un entrenador de fútbol es, por un lado, una banalización del Holocausto, un reduccionismo absurdo de una ideología maléfica y quién sabe si no oculta también un antisemitismo latente. Por otro lado, la injuria se define en el artículo 208 del Código Penal como la acción o expresión que lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. Comparar el encuentro del cuerpo técnico del Real Madrid y “Bartolín” Meana con las checas instaladas en el Madrid republicano responde exactamente a los mismos parámetros que el caso anteriormente descrito. Si el tal Meana salió de aquella “checa” de la Sala de Prensa del Bernabéu estrechando las manos de sus “captores” alguien podría suponer que lo mismo ocurría en la checa de Bellas Artes, que los secuestrados abandonaban su cautiverio abrazando a los milicianos. Y no.

El lunes celebraba la UEFA uno de esos saraos para entregar un premio, a mayor gloria de los valores del marketing y la moral socialdemócratas, consistente en un balón dorado que, supuestamente, premia la mejor trayectoria deportiva de un jugador durante un año natural. El premio fue a parar, cómo no, a Leonel Messi, cuyos triunfos deportivos durante 2012 podemos contar con un muñón y nos sobra. Apareció el Leo en la gala vestido de jefe de pista del Cirque du Soleil con un traje que Josemi Rodríguez Sieiro ha denominado acertadamente “smoking de alivio-luto”. Un balón plateado fue para Cristiano Ronaldo y uno de bronce  acabará en la casa de ese enamorado de la arquitectura de los gitanos de Rumania que es Andrés Iniesta. José Mourinho, que estaba entre los tres finalistas a mejor entrenador, prefirió quedarse en Madrid y lo único que cabe reprocharle es que no forzara al resto de la expedición madridista a hacer lo mismo teniendo en cuenta que dos días después se disputaba uno de los partidos más importantes de la temporada. Pero la perfidia del entrenador portugués no conoce límites y, gracias a la encomiable labor de unos avezados reporteros del diario As que debieron sentirse Pérez Reverte en Kosovo o Sistiaga en Faluya, nos enteramos de lo que el sociópata de Sétubal estaba haciendo a la misma hora a la que se celebraba el guateque triste y hortera de Platini. No estaba Mourinho reunido con la cúpula de ETA tratando de convencerles de que volvieran al terrorismo. No estaba rodeado de skinheads organizando la presentación de la sección española de Amanecer Dorado. No se encontraba planeando una serie de atracos con violencia al frente de una banda de albano-kosovares. Ni siquiera lo encontraron en un puticlub de Arganzuela. El malvado Mourinho estaba viendo jugar al fútbol a su hijo después de trabajar diez horas en Valdebebas. Qué descaro. Para dar fe del lamentable comportamiento publicó el As fotografías y un vídeo en el que se podía ver a los niños, sin el preceptivo permiso de los padres. Una vez más sobrepasando la línea. En el audio de la grabación se podía escuchar el comentario insultante de uno de los “reporteros”  que Roncero, ese catedrático de Estética de la Universidad  del Txistu, no tardó en adjudicar castizamente a “uno que pasaba por allí”. Le faltó inventar el posterior deceso del anónimo para poder echarle la culpa al muerto. Todo el mundo se ha fijado en lo anecdótico del comentario, ese coloquial “hijo de puta”, y ha dejado de lado lo importante, ese “se está forrando” que nos muestra de nuevo el desprecio de esta sociedad a aquellos que honradamente y en virtud de las leyes del mercado multiplican su patrimonio y hacienda. Lo que vale para Mourinho en este caso lo podemos aplicar a, por ejemplo, Amancio Ortega.

El partido de vuelta de octavos de la Copa del Rey contra el Celta lo finiquitó Cristiano con finiquito telemático para evitar trabajo al funcionariado del balón. Su gol en el minuto 2 de partido sirvió para calmar las posibles ansiedades de un equipo que no remontaba una eliminatoria copera desde hace diez años y nos había proporcionado espectáculos bochornosos como aquel enfrentamiento con el Alcorcón. Fue una primera parte en la que se bailaron lentos al ritmo de los kolos croatas que componía Modric para que fuera Cristiano otra vez el que rematara la jugada en arranques anfetamínicos en contraposición con el estado opiáceo de un Benzema que parece decidido a regalarle la titularidad a Higuaín. Tras el descanso se instaló el Madrid en el descontrol merced a la ausencia de Xabi Alonso que se tuvo que quedar en el vestuario a causa de un golpe recibido en las postrimerías del primer acto. La ausencia de Xabi puede pasar más o menos desapercibida en partidos frenéticos de ida y vuelta pero resulta trascendental cuando se trata de controlar el juego y administrar los tiempos. El  Madrid le entregó el balón al Celta por la sencilla razón de que no sabía qué hacer con él y durante unos minutos apareció en mi mente el recuerdo del partido contra el Bayern de la temporada pasada. Los miedos se acrecentaron cuando Ramos se olvidó de que tiene piernas y fue expulsado tras una segunda amarilla que castigaba, más que su acción, su estupidez. Fue entonces cuando el mejor jugador del mundo, diga lo que digan los corresponsales de France Football, se hizo con el control del partido como si tuviera en sus manos el mando de la Play. Su tercer gol resultó el compendio de todo su talento, entendido a la manera de los scouters de las grandes ligas americanas, y su reacción ante la incomprensible y miserablemente tardía rendición del Bernabéu a su figura me recordó a otro genio al que también trataron de domar en nombre del puto señorío y la hipocresía buenista, Drazen Petrovic. Aún tuvo tiempo ese jugador providencial de dar una asistencia a Khedira que, como hizo en el anterior partido, resolvió aparcando el Panzer alemán y sacando a relucir la sangre tunecina. A pesar del regreso de Casillas a la titularidad, el piperío la tomó con Mourinho al que llegaron a pitar por salir a dar instrucciones a sus jugadores. Nosotros seguiremos siendo los de los versos del beatnik Gregory Corso y no es poco.

“Recordad,
temblorosas aristocracias condenadas
obligadas a matar moscas a golpe de risa”.




lunes, 7 de enero de 2013

Endogamia


No fue la de ayer una de las ruedas de prensa de Mourinho más exuberantes pero sí de las más importantes por algunas de las cosas que dijo. El de Setúbal puso sobre la mesa en una de sus respuestas dos cuestiones fundamentales que, no podía ser de otro modo en este país en el que vivimos, pasaron desapercibidas. Meritocracia y productividad. Conceptos ausentes por desgracia en el acervo español desde tiempo inmemorial. Preguntaron a Mourinho por los pitos recibidos por parte de la grada del Bernabéu y su posible relación con la suplencia de Iker Casillas. Contestó el entrenador que si el motivo era la suplencia del portero respetaba pero no entendía esa reacción pero, si por el contrario, la pitada era debida a los dieciséis puntos de desventaja con el Barcelona no sólo respetaba sino que aplaudía esa muestra de indignación. Mourinho no comprende que para la grada existan jugadores intocables, que deban jugar por decreto en virtud de los servicios prestados en tiempos pretéritos. Jugadores que se sitúen por encima del grupo en virtud de unos méritos que fluctúan entre lo histórico y lo paranormal. De la final de Glasgow a una especie de relación foral que en algún momento se firmó con Casillas en el imaginario colectivo del madridismo de tribuna y cognac. Ese desprecio por la meritocracia, no nos engañemos, no es exclusivo de la grada del Bernabéu. A todos nos sale el españolazo que llevamos dentro cuando, por ejemplo, criticamos a Mourinho por preferir a Higuaín antes que a Benzema sin estar al cabo de la realidad cotidiana del equipo, de sus entrenamientos, de los estados individuales de ánimo, de la influencia de determinados jugadores en eso que llamamos “el otro fútbol” y en el desarrollo táctico de los partidos. Si los piperos se acogen a los derechos históricos para pedir la titularidad de Casillas nosotros nos agarramos al asidero de la calidad y el talento como otros hacían no hace mucho con Gutiérrez. “Esto sólo pasa en España”, dice el entrenador del Real Madrid, poniéndonos frente al espejo para  que veamos nuestras miserias. Ante esa imagen reflejada en el cristal lo más sencillo es romper el espejo en mil pedazos y correr después a por el cepillo y el recogedor no vaya a ser que nos cortemos un pie.

Nadie niega la capacidad de trabajo de Mourinho, su implicación en todo lo referente al club que le paga, sus desvelos por conducir a su grupo hacia un objetivo que debiera ser común. El entrenador es el primero que entiende que eso no basta si no se traduce en resultados. De ahí que se muestre a favor de que la grada se posicione en su contra cuando no alcanza el nivel óptimo de productividad. Es evidente que al Bernabéu la productividad, en este caso y en cualquier otro, se la trae floja. Lo que realmente le importa es que se respeten los derechos forales de un jugador en tanto representante de una forma de entender el madridismo endogámica, arcaica y ridícula. Para una gran mayoría de los socios del Real Madrid Casillas es su representación en el campo. Los derechos que otorgan a Casillas son los mismos derechos que  se otorgan a ellos mismos. En un club meritocratico y abierto quizás serían sus propios privilegios los que correrían peligro. Mourinho representa lo que Santiago Navajas llama en un magnífico ensayo sobre Mourinho (De Nietzsche a Mourinho) “entrenador extraterritorial” tomando el concepto de George Steiner, que en el plano de la literatura lo había aplicado a Nabokov, Borges o Beckett. Escribe Navajas: “Dado que ser extraterritorial es ‘una estrategia de exilio permanente’, incluso entrenando a la selección de su país sería Mourinho una ‘rara avis’, porque lo que haría es subvertir las convenciones atribuidas como propias, para crear unas nuevas a partir de ellas”. Esta extraterritorialidad de Mourinho choca frontalmente con un club asentado sobre los cimientos de una historia maquillada con mitos ancestrales y leyendas ad hoc, que observa con terror la posibilidad de una sociedad abierta en la que los derechos históricos queden abolidos. Escribió Karl Popper: “La sociedad abierta es aquella en la que los hombres han aprendido a ser en cierta medida críticos de los tabúes  y a basar las decisiones sobre la autoridad de su propia inteligencia”.

La temporada 2006/07 fue la de la segunda venida de Fabio Capello al Real Madrid. En el mes de enero de 2007 David Beckham anunció que abandonaría el club blanco en junio para fichar por Los Angeles Galaxy y la reacción del técnico italiano fue afirmar que Beckham no volvería a jugar con el Real Madrid. El inglés, que era un icono mediático en todo el mundo y que atesoraba no pocas dosis de calidad, dio un ejemplo inolvidable de compromiso con el club al que, por cierto, aseguraba una ingente cantidad de ingresos en concepto de derechos de imagen. Ni una salida de pata de banco, ni una declaración altisonante, ni un mal gesto ni para con el entrenador ni para con sus compañeros. David Beckham hizo lo único que podía hacer un profesional en aquel momento, trabajar. Evidentemente el jugador carecía de un lobby de presión que defendiera sus intereses deportivos en la prensa española aunque sólo fuera para atacar a Capello, que era blanco constante de las críticas de los plumillas a pesar de contar en los medios con algunas amistades un tanto extravagantes. Para muchos Becks no era un futbolista sino más bien un modelo fotográfico y un personaje de revista del corazón o de programa televisivo de mesa camilla. Lo cierto es que Capello terminó por rendirse al esfuerzo callado del londinense y Beckham acabó por resultar fundamental en la consecución de aquel épico título de liga. La crítica que siempre se hizo a David Beckham fue su excesiva presencia ante los focos de una prensa que nada tenía que ver con el deporte. La portada de la revista Lecturas de la semana pasada mostraba en exclusiva a Iker Casillas y Sara Carbonero paseando su amor por Londres, la ciudad que vio nacer a Beckham, el tipo callado y profesional; el trabajador sin más defensor que su propio esfuerzo. Al final va a resultar que Casillas, mediáticamente, no es sino un Beckham pobrista para tiempos de crisis. Con palmeros, eso sí.

El partido de ayer se antojaba fundamental en el devenir de la temporada y Mourinho decidió dejar de nuevo a Iker en el banquillo asegurándole la titularidad en el partido de Copa frente al Celta. Este hecho no hacía sino confirmar la teoría de Francisco Beltrán que había visto en la decisión de Mourinho una elaborada estrategia de índole anímico. “El sentido de esa suplencia es estirarla máximo en Liga y q cuando llegue UCL y partidos importantes de Copa Iker sienta que ganó el puesto”. “Presión y ojos puestos en Casillas, obligado a exigirse, Adán sintiéndose casi 1º portero y los partidos claves, para Iker Casillas”. La clarividencia de Beltrán resulta sorprendente. Para el primer partido del año tuvo que improvisar Mourinho una defensa que, a pesar del gol tempranero de Benzema, se mostró durante los primeros minutos desacompasada e histérica. Lógico si tenemos en cuenta que un lateral derecho jugaba de lateral izquierdo, un medio centro se desempeñaba como lateral derecho y en el centro de la defensa se alineaban un imberbe y un jugador que nos habían retratado como retirado. Tras ellos, un portero al que todos hemos tratado miserablemente. Sacar adelante un partido con esos mimbres no dejaba de resultar complicado y más cuando los nervios y la inexperiencia condujeron irremisiblemente a la expulsión rigurosísima de Adán tras cometer un penalti. En esa acción vieron algunos la intervención del karma que castigaba a Mourinho y adivinaron otros la baraka que acompaña siempre al chico del anuncio de H&S. La primera parte resultó un monólogo sin gracia de la Real que más que a tamborrada sonó a música para ascensor. A pesar de ello, una sutileza de Khedira en el área adelantó de nuevo al Madrid y fue emergiendo poco a poco la figura de Ricardo Carvalho. El central portugués es uno de los centrales más inteligentes y con más conocimiento del juego de cuantos uno ha visto y no sería descartable que su experiencia y liderazgo fueran importantes en lo que resta de temporada. Un nuevo gol de Prieto antes del descanso reavivó la sensación de equipo angustiado y débil de un Real Madrid muy alejado de la pétrea seguridad mostrada la temporada pasada. Sin embargo, sería Cristiano Ronaldo, honrando el brazalete de capitán que lucía desde el principio del partido, el que se echó el equipo a las espaldas arrastrando tras de sí al resto, no con carreras hacia la nada ni “¡vamos!” teatreros sino mostrando su insaciable hambre de victoria y gloria. Fueron dos goles pero sobre todo la sensación de que era él el que dominaba y controlaba el partido a su antojo. Su derroche no encontró eco en una grada que parece preferir a ese portero al que cualquier día encontraremos lavándose el pelo como en el anuncio al resguardo del travesaño. Brilló Özil y dejó Modric en sus escasos minutos sobre el campo perlas de esas que iluminan un invierno. Falta nos hacen.