Pensaba David Gistau al finalizar la temporada pasada que la
victoria incontestable del Madrid de Mourinho en la liga, arrancada de las
manos del “mejor equipo de todos los tiempos”, nos permitiría bajar de Sierra
Maestra y pasar por el barbero antes de sentarnos relajadamente en La Bodeguita
del Medio a tomar un mojito entre fotografías de Hemingway. A pesar del perfil
bajo adoptado por Mourinho durante el verano y el inicio de la temporada, la
caza del hombre no solo no ha cesado sino que ha ido acumulando efectivos. A la
conocida Brigada de la Papada se unen ahora los meritorios que, como si de "soldattos" de la Cosa Nostra se trataran,
vigilan las puertas del Txistu para evitar que alguien pueda molestar a los
capos y esperan a que terminen los
banquetes para dar buena cuenta de las sobras o recibir una palmadita en la
espalda. Fuimos durante algún tiempo “yihad” hasta que un funcionario de la
embajada Saudí puso el grito en el cielo y comenzamos a ser “makis”. Hasta el
momento desconocemos si es una euzkaldunización del mismo maquis al que también
aludía Gistau en aquella Barra Brava o si es un homenaje al personaje que
dibujaba Ivá para las páginas de El Jueves. El último y repulsivo calificativo
ha procedido de un tal Cuellar que ha tildado a los seguidores de Mourinho de “terroristas
cibernéticos”. A Ruiz Quintano le vino a
la mente la banalización del mal que enunciara Hannah Arendt durante el juicio
a Eichmann y a mi la Ley de la controversia de Benford y la Ley de
Wilcox-McCandlish.
Uno de los memes principales del agit-prop mediático es la
supuesta defensa de una serie de supuestos valores históricos del Real Madrid
de los que pretenden convertirse en guardianes. Todo mentira. Si tuviéramos tan
poca vergüenza como ellos y siguiéramos sus mismos códigos, diríamos que ese
revisionismo histórico los emparenta con individuos como David Irving. No lo
haremos. La cantera se ha vuelto a utilizar últimamente como ariete con el que
percutir contra José Mourinho e, indirectamente, contra Florentino Pérez.
Quieren hacer cundir la idea de que el Madrid fue algo así como un Athletic de
Bilbao mesetario que se alimentaba de forma casi exclusiva de jugadores
precedentes de las categorías inferiores. Aunque estén ahí, al alcance de
cualquiera, las sucesivas plantillas del club a lo largo de los años para
desmentir esa ridícula idea, la realidad no es capaz de hurtarles un buen
titular. Desde la llegada a la presidencia del Real Madrid de Santiago Bernabéu
el verdadero sentido del club fue la universalidad y el rechazo a cualquier
atisbo de provincianismo. Más aún, en aquella España del aislacionismo y la
autarquía franquistas, fue el Real Madrid la primera institución del país en
abrirse al exterior sin pudor alguno hasta convertirse en el impulsor de la
Copa de Europa. Durante aquellos oscuros años 50 llegaron al club jugadores
uruguayos, argentinos, franceses, brasileños e incluso del otro lado del Telón
de Acero y jugadores españoles de cualquier provincia. Leyendo algunas
declaraciones de Bernabéu por aquel entonces, no nos cabe duda de que no
llegaron más porque no lo permitía el reglamento. Era tal el respeto
reverencial de Bernabéu a la cantera que alojaba a los jugadores en pensiones
de la calle Montera, suponemos que para que aprendieran lo puta que es la vida.
Esta absurda intención de algunos de devolver al Real Madrid
a las miserias autárquicas del franquismo se emparenta con eso que Antonio
Escohotado ha dado en llamar “pobrismo” en su análisis de los enemigos históricos
del comercio. Como si de una nueva secta
esenia se tratara el periodismo deportivo español ha confundido “comerciar”
con “robar” y consideran que la riqueza del actual Real Madrid es un mal que hay que
combatir. En realidad, la pretensión es un equipo menos poderoso repleto de
jugadores españoles afines a la causa y representantes siempre dispuestos a
echar un óbolo en la gorra. Convendría mostrarles a estos funcionarios del chantaje las palabras de Gay Talese.
"Si los periodistas tradicionales no hacen algo por mejorar, se van a extinguir. Estamos perdiendo la especialización, la singularidad, el arte del periodismo. En otras palabras, la carrera de periodista va a acabar reducida a un puesto de administrador, como un secretario. Habrán perdido el oído, la pluma, el cerebro. El periodista tiene que ser testigo de la Historia. Y si no de la Historia, por lo menos de la actualidad".
Amén.