Hubo jornada de liga aunque temimos que el anuncio de la marcha de Guardiola llevara a la RFEF, la LFP, el CSD y el Gobierno de España a decretar su suspensión ante tamaña catástrofe. Algunos hubiéramos preferido que el Pep renovara para que pudiéramos ver su verdadero rostro, ése que ya se insinuaba en las derrotas. Guardiola se va y para anunciarlo se escenificó una ceremonia a la que sólo le faltó que Xavi y Messi subieran al altar a decir unas palabras, entrecortadas por pucheros y llantinas, para parecer uno de esos funerales de película americana. Sintonicé TV3 para comprobar si seguían con la programación habitual o la habían sustituido por sardanas, conciertos de Lluis Llach y rondos interminables en la mitad del campo. No llegaron tan lejos. Terminado el acto llegó el turno del ingente coro de plañideras y la troupe de juglares que, olvidando las zonas oscuras del personaje, lloraban su marcha y glosaban sus hazañas. Sólo se apearon de sus quehaceres para afearle las palabras a Karanka que había dicho una verdad como un templo con campanario y todo.
Guardiola llegó al banquillo del Barelona cuando el tripartito aun gobernaba cuerpos y mentes en el oasis y adaptó fielmente esa ideología ad hoc en la que la superioridad moral socialdemócrata y el victimismo nacionalista habían alcanzado una perfecta simbiosis. El Barcelona del Pep hacía un fútbol de izquierdas en ese país pequeñito de ahí arriba. Las palabras no son mías.
Los primeros años de Guardiola al frente del equipo azulgrana fueron los mejores pues en la presidencia del club estaba Joan Laporta. Ambos formaban la perfecta pareja poli bueno-poli malo. Guardiola era el seny, el talante y la elegancia cursi mientras Laporta aportaba la chulería del maulet con corbata, groupies porno y nacionalismo Möet. El Pep se garantizaba la adoración de la prensa y el Joan encandilaba en los despachos de las federaciones con su sonrisa de galán de medio pelo y la cartera repleta de visas y tarjetas de visita de los mejores antros. En aquellos años, además, el Real Madrid se encontraba sumido en la peor crisis institucional de su historia durante la presidencia de aquel Calderón en el que alguno había visto a un senador de Massachusetts cuando sólo había un trilero palentino de segunda. Calderón fue la contribución madridista al zapaterismo. Si cualquiera podía ser presidente del gobierno, cualquiera podía ser presidente del Real Madrid.
La llegada de Rosell a la presidencia del Barça y la de Mourinho al banquillo del Real Madrid suponen el principio del fin de Guardiola en el banquillo culé. Con Rosell no hubo nunca feeling, según nos cuentan, y ya sabemos que el Pep se fía mucho del feeling como podrían atestiguar Eto'o e Ibrahimovic, aunque en el caso de éstos lo que le molestaba a Guardiola era que sus actitudes le pudieran echar abajo el discurso. La inteligencia de Mourinho acabó por desquiciar al lama de Sampedor que primero perdió los nervios en sala de prensa y después frente a la pizarra de ese tétrico despacho del sótano del Nou Camp donde hace cuatro años inventó el fútbol como un Doctor Frankenstein con levita en vez de bata. Se marcha el Pep y esperamos que con él una manera totalitaria de entender este deporte, un falseamiento continuado de la realidad y un sistema de valores dominado por la hipocresía. Esperamos que Manuel Jabois no tenga razón cuando advierte de que el Pep volverá para seguir jodiéndonos pero sospechamos que está en lo cierto.
En medio del luto jugó el Madrid contra el Sevilla el partido que casi le hacía campeón de liga. Fue apenas un comprimido de litio para combatir la depresión en la que se sumergió tras la eliminatoria contra el Bayern. Horario matinal y el piperío todavía sin acabar de digerir los churros y las porras. Bastaron una genialidad de Cristiano y dos de Benzema para acabar con el Sevilla de Míchel, un cretino inasequible al desaliento. Si este personaje es el depositario de las esencias madridistas, yo me borro. Si éste es el entrenador por el que suspiran los plumillas del Txistu y de la gauche divine futbolística, conmigo que no cuenten. Hubo pitos para Mourinho de un sector de la tribuna del que sólo cabe avergonzarse y ovación de gala para Callejón por el mero hecho de ser español que es algo que cotiza mucho en el mercado de valores de la caspa tribunera. Si algo sacamos en claro del partido fue la importancia de Khedira y la fragilidad del Madrid cuando el alemán no está en el campo. Los Segurolos, que son Los Pelayos sin gracia y jugando siempre con las cartas marcadas y el dinero de otros, seguirán pidiendo a Granero y tiene su lógica. Están deseando que el Madrid de Mourinho caiga. Que se jodan.
En muchos puntos estoy de acuerdo, pero pienso que si algún día llega Michel, habrá que apoyarle igual...esté quien esté en el banquillo.
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